domingo, 14 de marzo de 2010

VIRGILIO ENTRE VIKINGOS

De Marcos Méndez Filesi


Regresos troyanos

Durante la Edad Media, a medida que se iban formando conciencias nacionales, fue frecuente reinterpretar la historia con el objetivo de ligar el pasado de cada lugar con la Antigüedad clásica, cuyo prestigio aún debía de perdurar en la mentalidad colectiva.
Un ejemplo claro lo encontramos es la Estoria de España de Alfonso X (1221-1284), en la que se hace a los españoles descendientes de Heracles y los griegos. Según esta crónica, antes de su llegada, la península Ibérica recibía el nombre de Hesperia —como el legendario jardín de la mitología griega— y, entre sus reyes, el más poderoso era uno llamado Caco, que en los mitos griegos se presenta como un hijo de Hefesto enemigo de Heracles.
Tras derrotar Caco, Heracles fundó varias ciudades, como Híspalis (Sevilla) o Barca nona (Barcelona), y los griegos que constituían su ejército poblaron esta nueva tierra. Luego marchó a recorrer el mundo en busca de aventuras, pero antes dejó al mando de Hesperia a su sobrino Espan, un gran señor del que proviene el nombre de España.

«E por esso la poblo daquellas yentes que troxiera consigo que eran de Grecia, e puso en cada logar omnes de so linaje. E sobre todos fizo señor un so sobreino, que criara de pequenno, que auie nombre Espan; y esto fizo el por quel prouara por much esforçado e de buen seso; e por amor del camio el nombre a la tierra que ante dizien Esperia e pusol nombre Espanna» (1).

Para escribir estas crónicas nacionales legendarias, algunos autores se inspiraron en Virgilio, quien había descrito en el siglo I a.C. la fundación mítica de Roma a partir de las aventuras de Eneas, un príncipe troyano que había sobrevivido a la guerra de Troya.

El caso más claro lo encontramos en la Historia de los de los reyes de Britania, escrita en el siglo XII por Geoffrey de Monmouth (2). En esta obra, de la que nació todo el ciclo artúrico, Geoffrey de Monmouth reinventó la historia de las islas Británicas mezclando mitos, leyendas, cuentos, poemas y genealogías para ensalzar el pasado de los galeses y, en menor medida, el resto de pueblos y culturas que constituían las variopintas islas británicas.

Según Geoffrey de Monmouth, quizás basándose en una tradición galesa, el origen de los británicos se remonta a la guerra de Troya. Un bisnieto de Eneas llamado Bruto se fue de Italia hasta Grecia para expiar el homicidio involuntario de su padre y allí liberó a 7.000 troyanos y sus familias que se encontraban prisioneros. Luego, siguiendo los consejos de la diosa Diana (Artemisa), navegó hacia el oeste rumbo de hacia una isla que antaño se encontraba poblada por gigantes pero que ahora estaba casi desierta. Por el camino se encontró con el gran guerrero Corineo, otro descendiente de troyanos, que se convirtió en su mejor amigo y compañero de batallas. Después de pasar por diversas peripecias llegaron hasta Aquitania, en Francia, donde derrotaron a Gofario el Picto, y finalmente arribaron a la isla de Albión, que desde entonces se denominó Britania en honor de Bruto. Tras vencer a unos pocos gigantes que aún quedaban por la isla, los troyanos —ahora britanos— se asentaron y fundaron la ciudad de Nueva Troya, que más tarde pasaría a llamarse Kaerlud, en honor del rey Lud, y en la actualidad se conoce como Londres.

Otro caso similar lo vemos en el Edda Menor de Snorry Stúrluson (1179-1241), autor de varias obras fundamentales de la literatura medieval islandesa (3). En el prólogo cuenta que en el centro del mundo, en lo que por entonces se conocía como Turquía, había una ciudad llamada Troya, la cual estaba por gobernada por doce reyes. Uno de estos reyes era Memnón y estaba casado con Troyana, que era la hija de Príamo, el rey más poderoso de la ciudad. De esta unión nació Tros, «el que nosotros conocemos por Thor», es decir, el famoso dios vikingo del trueno y el rayo.

Tros se educó con el duque de Tracia, que se llamaba Lorikus, en equivalencia al dios vikingo Loki. Cuando Tros cumplió doce años:

«Alcanzó la plenitud de sus fuerzas: diez pieles de oso levantaba del sueño de una vez. Entonces mató a su padrino, el duque de Lorikus, y a la esposa de éste, Lora o Glora, y se adueñó del reino de Tracia; Trudheim le decimos nosotros.

»Luego salió a recorrer el mundo y conoció todas las tierras y venció él solo a todos los berserkir y a todos los gigantes y a un enorme dragón y muchas fieras. En la parte norte del mundo encontró una adivina llamada Sibila, la que nosotros conocemos por Sif, y se casó con ella. La familia de Sif no la sé, pero era la más hermosa de todas las mujeres; su cabello era como el oro».

Con esta Sibila, una profetisa que desempeña un papel fundamental en la Eneida, Thor inaugura un largo linaje en el que, después de varias generaciones, aparece Voden, es decir, Odín, el rey de los dioses en la mitología germánica. Odín se casó con Frígida, a la que los vikingos denominan Frig, y luego marchó desde Troya, en Turquía, hasta Escandinavia poblando estas gélidas tierras de troyanos.

«Odín poseía, como también su esposa, el don de la adivinación, y mediante esta ciencia supo que en la parte norte del mundo su nombre sería más honrado y ensalzado que el de ningún rey. Quiso por ello venirse para acá, y salió de Turquía seguido de una gran multitud de jóvenes y viejos, hombres y mujeres, que llevaban consigo muchas cosas de valor».

Un tercer ejemplo se encuentra en la Crónica de los Bohemios, de la que por fin podemos disfrutar de una traducción al español gracias a Raúl Lavalle (4). Fue escrita por Cosmas de Praga hacia el año 1120 y relata el origen legendario del reino de Bohemia a partir de un antepasado mítico llamado Bohemo. En este caso, la influencia virgiliana es más sutil. Los personajes de la generación fundadora no derivan directamente de Troya o la Eneida, pero sí se inspiran en ellos, como es el caso de Kazi, una hechicera que se compara en varias ocasiones con la Sibila de Cumas.

Y ahora ha llegado el momento de preguntarnos, ¿por qué esta insistencia en Virgilio?

Virgilio rodeado por las musas en un mosaico romano

Virgilio el poeta

Publio Virgilio Marón está considerado uno de los mayores autores de toda la historia de la literatura universal. Nació el 15 de octubre del año 70 a.C. en Andes, un pequeño pueblo cerca de Mantua (Italia) en el seno de una familia humilde. Su padre era un campesino que, al parecer, mejoró su situación económica al casarse con la hija de su patrono. Tras vivir en Cremona y Milán, donde estudió en profundidad la literatura grecolatina y la disciplina de matemáticas (que incluía medicina, astronomía y astrología, entre otras), marchó a Roma cuando contaba unos 20 años. En la ciudad más importante de su tiempo, en teoría, iba a seguir la carrera forense pero la literatura le resultó mucho más interesante y pronto la abandonó para dedicarse a la poesía. También dejó la capital para instalarse en Nápoles, quizá la más griega de las ciudades romanas, donde procuró llevar una vida apacible y sosegada en consonancia con los planteamientos epicúreos que compartía por aquella época. Sin embargo, hacia el año 42 a.C., su tranquilo retiro de la mundanal Roma se vio interrumpido por un terrible acontecimiento.

Desde hacía tiempo, la otrora orgullosa República romana estaba gobernada de facto por los distintos señores de la guerra que iban surgiendo a cada momento y se sucedían constantes enfrentamientos entre los partidarios de uno y otro bando. Los generales del ejército intervenían con creciente frecuencia en la política de la república pero a cambio, entre otras recompensas, debían pagar la obediencia de sus legionarios con la promesa de asentarlos tras su servicio en tierras confiscadas o conquistadas. En una de esas confiscaciones, la familia de Virgilio perdió todas sus propiedades en Mantua y el poeta debió de abandonar Nápoles para hacerse cargo de la situación. Por fortuna, parece ser que consiguió que les restituyesen las tierras y poco después, en el año 39 a.C. publicó su primer gran éxito, las Bucólicas, con el que obtuvo el suficiente reconocimiento a su talento literario como para no volver a padecer penurias económicas. Sin embargo, con la fama y el dinero llegaron también nuevos peligros pues había llamado la atención de un hombre al que más valía no contrariar: el emperador Augusto.

Tras la publicación de las Bucólicas, Virgilio había regresado a su amada Nápoles, donde durante unos diez años se encarga de terminar pacientemente su segunda gran obra, las Geórgicas, una loa a la vida rural que consolidó definitivamente su prestigio. Tras su conclusión, en el año 29 a.C., era ya tal su fama que recibió un encargo del emperador, debía escribir una epopeya de tintes homéricos que glorificase el pasado de la ciudad de Roma y, por ende, de la familia imperial que en la actualidad la regía. Fruto de aquel encargo fue una obra extraordinaria, la Eneida, a cuya redacción le dedicó los últimos diez años de su vida. Cuando apenas le faltaban un par de revisiones a la Eneida para estar concluida, Virgilio decidió emprender un viaje por Grecia y los demás lugares donde se desarrollaba para ver con sus propios ojos los principales escenarios de la obra. Antes de partir, cuenta la leyenda que le pidió a su amigo Vario que destruyese la Eneida y el resto de sus textos inéditos si moría durante el viaje. Curioso presentimiento, pues enfermó cerca de la ciudad de Megara y murió al poco de regresar a Italia, el 21 de septiembre del año 19 a.C.

Aún antes de morir, insistió en que destruyesen las copias inconclusas de la Eneida. Alabados sean los dioses, sus ruegos fueron ignorados y a la posteridad ha pasado una de las mejores obras literarias de todos los tiempos, aunque la verdad es que nos queda una pregunta por resolver, ¿qué debería haber hecho Vario?, ¿respetar la última voluntad de un moribundo sobre su propia obra o ignorarla pensando en el resto de la humanidad?

La respuesta es complicada porque lo cierto es que la influencia posterior de Virgilio ha sido enorme en la literatura, la filosofía y el arte. De hecho, tan grande era el prestigio de Virgilio el poeta que tiempo después abrieron su tumba para dar paso a Virgilio el santo.


Virgilio el santo

Cuando cayó el imperio romano, la Iglesia oficialmente condenó y despreció por paganos a los antiguos autores clásicos, tildándolos literalmente de perros pulgosos. Sin embargo, no podían relegarlos por completo porque representaban todo el saber de la época y, lo que aún resultaba más importante, sin ellos no podían aprender la lengua de la liturgia y de la propia Iglesia: el latín. Y decir latín es decir Virgilio, el autor más reconocido desde tiempos romanos.

Así, a pesar de las consignas oficiales, se siguió leyendo a los clásicos, y los eclesiásticos más sensibles al arte literario se rindieron ante la belleza y profundidad de aquellos textos. En un pionero ensayo de 1866, el filólogo Domenico Comparetti recogía una anécdota sintomática de esta tensión entre la postura oficial y la pasión que despertaba Virgilio:
«Este fanatismo, llevado al exceso, se nos presenta con ciertas características de leyenda. Un escritor de siglo XI nos cuenta que: «En Rávena, Vilgardo estudiaba gramática con gran intensidad, tal y como suelen hacer los italianos, descuidando todo lo demás. Había empezado a enorgullecerse como un necio por su saber, cuando una noche se le aparecieron los demonios con la forma de los poetas Virgilio, Horacio y Juvenal; y estos demonios le agradecieron con palabras falaces el estudio que hacía de sus textos y le prometieron hacerle partícipe de su gloria. Así, depravado por estas malas artes, empezó a enseñar muchas cosas contrarias a la Fe y a decir que debía creerse ciegamente en las palabras de los poetas. Al final, fue declarado hereje y condenado por el arzobispo Pietro».

Para resolver esta contradicción, dieron con una ingeniosa solución. Si no podemos ni queremos abandonar a los clásicos, convirtámoslos en cristianos, basta con pensar que tras sus textos paganos se esconden, a modo de metáforas y alegorías, los principios del cristianismo. Y entonces descubrieron que Virgilio había anticipado el nacimiento de Jesús.

En la cuarta Bucólica (c. 40 a.C.), Virgilio describe la llegada de una nueva era profetizada por la Sibila de Cumas con pasajes tan significativos para un clérigo medieval como este:

«La última edad del vaticino de Cumas es ya llegada; una gran sucesión de siglos nace de nuevo. Vuelve ya también la Virgen, vuelve el reinado de Saturno; una nueva descendencia baja ya de lo alto de los cielos. Tú, casta Lucina, sé propicia al niño que ahora nace, con él la raza de hierro dejará de serlo al punto y por todo el mundo surgirá una raza de oro» (5).

Daba igual que, en realidad, la Virgen fuera la diosa de la justicia, Temis, o su hija Astrea, el niño algún hijo de un ilustre personaje romano y la nueva edad de oro hiciera referencia a la extendida creencia grecolatina de que la humanidad ha pasado por diversas generaciones a cada cual más envilecida hasta llegar a la actual. Virgilio se convirtió en una autoridad incuestionable, casi un santo. De ahí que terminemos encontrando sibilas en la Capilla Sixtina de Miguel Ángel y en la Crónica de los Bohemios, o a descendientes troyanos por Gales y Escandinavia.

La Sibila de Cumas, Miguel Ángel

Notas
1. Alfonso X. Prosa histórica. Estoria de Espanna. Cátedra. Madrid, 1990.
2. Geoffrey de Monmouth. Historia de los reyes de Britania. Traducción de Luis Alberto de Cuenca. Alianza Editorial.
3. Snorri Sturluson. Edda Menor. Traducción de Luis Lerate. Alianza Editorial, Madrid, 2000.
4. Cosmas de Praga. Crónica de los Bohemios. Traducción de Raúl Lavalle. Edición on line.
5. Virgilio. Bucólicas. Traducción de Tomás de la Ascensión Recio García. Gredos. Madrid, 2000.

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