viernes, 29 de septiembre de 2017

DOS ZAMBAS EN LOS PAGOS DE ARECO
(leído en un encuentro de literatura y folklore,
en San Antonio de Areco, Provincia de Buenos Aires)

            Días pasados, en mayo de este 2017, en el Instituto de Enseñanza Superior nº 1 Alicia Moreau de Justo, de la Ciudad de Buenos Aires, se hizo un encuentro académico y artístico dedicado a folklore y literatura. Fue el segundo (el primero, en 2016) y su organizador, el Dr. Horacio Ruiz, compartió con el amigo Rubén Darío Gasparini la idea de traer aquí, a San Antonio de Areco, un congreso de similares características, aunque más ambicioso. Y bien, acá estamos con gente de nuestro profesorado y con otros amigos, de Areco y de muchas partes, porque nada nuevo digo, si digo que San Antonio de Areco es una perla del folklore, de nuestra patria y del mundo.

           El citado 22 de mayo del 17 un tema principal fue Salta. Pues bien, me propongo hoy conformar en mi cabeza, no muy sana quizás, un caldero délfico sobre un trípode. Una pata es la mencionada salteña, la del mayo folklórico de nuestro profesorado. Los otros dos pies los pongo hoy, en estos pagos de Don Segundo. El primero, santiagueño, con la Zambita del musiquero, del Canqui Chazarreta; el otro, bonaerense, con la Zamba para decir adiós, de Argentino Luna. Empiezo por la primera.

En esas noches por Manogasta, 
cuando la luna se quiere machar,
 
le roban los montes zambitas de antaño,
 
que viejos violineros solían tocar.
Te juro, bombo, que, si mañana 
con el regreso nos paga Dios,
 
bailarán los viejos sintiéndose changos,
 
cuando a mi pago humilde le cante con vos.
          
Zambita que traes cantares de ayer, 
           sembrando misquila de arpas.
 
           Canta el vidalero, toca el musiquero,
 
           que la manogasteña no se ha’i de escapar.

A veces pienso: ¿por dónde fueron 
las zambas viejas que supe aprender,
 
esas que mi abuelo en quichua cantaba,
 
con coro de coyuyos al atardecer?
Si en los senderos mi voz se apaga, 
no creas, tierra, que no he de volver.
 
Junto con el canto dolido del monte,
 
del brazo con la noche te recorreré.
 

            El sitio LETRAS DEL CANCIONERO FOLKLÓRICO ARGENTINO me ha suministrado la letra, pero también un comentario de Cucho Márquez: “Juan Carlos ‘el Canqui’ Chazarreta logró con esta zamba su obra más popular y quizás una de las mejores obras de este cancionero. ¡Qué imagen tan bella la de la luna queriéndose ir de farra, en el júbilo de una noche de música en Manogasta! Esta imagen me llegó a cautivar de tal manera que intenté, en una de mis estancias en el Norte argentino, comprobar cómo eran las noches manogasteñas. Vano intento, pues nadie sabía dónde se encontraba esta población. Luego, al cabo de largos años, pude encontrar casualmente un documento de la inquisición que hiciera mención de esta bella localidad santiagueña. Y, como vimos con anterioridad en  Esquina al campo, el Canqui  vuelve a  hacer alusión al violín y al arpa, que fueron y son instrumentos primordiales de esta danza y añora las zambas perdidas: ‘ésas que mi abuelo en quichua cantaba’.  Por eso he creído oportuno tratar de rescatar del olvido estos temas del ayer que muchos disfrutaron y otros ni siquiera conocieron. Pues ya se sabe que lo que no se conoce, no puede ser amado.”

            Y en ese mismo sitio, en nota a la zamba Esquina al campo, da este dato el mismo Márquez: “El Canqui es conocido musicalmente por su apelativo que recuerda al conocido líder indígena Túpac Amaru (Gabriel Cóndor Canqui) y es el autor de zambas tan bellas como ésta de la esquina de las calles Jujuy y La Plata, en Santiago del Estero.” Y sigamos un minuto más con Cucho Márquez, otra vez con Zambita del musiquero, pues creo que esta nota lo amerita: “En la versión de Los Chalchaleros usan ‘violinero’ en el estribillo y ‘luz’ en vez de ‘voz’ en la última estrofa.” Por fin, respecto de Manogasta, el elemento final de la palabra es sin duda telúrico y, según alguna lectura que he hecho, tiene un significado como de ‘pueblo.’ Dejo la tarea a eruditos como mi amigo Raúl Chuliver, quien escribió al respecto (cf.: “Los ‘gasta’ de La Rioja”,

            Quien escribe estas líneas es capitalino, pero de madre bonaerense, nacida en Capilla del Señor, no lejos de aquí. Mas también me autodenomino santiagueño, como el poeta, y gracias a sus versos puedo andar entre cerros contemplando a la Luna paseandera. Arriba Cucho Márquez mostraba una de las más lindas personificaciones, la de la Luna emborrachándose en noches manogasteñas. Pero hay otra, pues la eterna compañera de poetas y enamorados deja que los montes le roben las zambas de antes. Puedo pues interrumpir mi comentario (palabra asaz pretenciosa, ¡como si un tema tan hermoso se beneficiara estas humildes líneas), para dedicarle una copla.

                        Ten cuidado, paseandera,
                        que deambulas por los montes:
                        te quitarán unos changos
                        los bellos sones de entonces.

            Y, si de personificaciones hablamos, también es tres veces buena esta del bombo, quien es tan santiagueño como el poeta. En efecto él, por azares de la existencia, debió alejarse del pago (quizás el folklore de la Madre de Ciudades sea el que más añora la tierra chica) y puedo seriamente pensar que es tan nostalgioso como su dueño. A mí me enseñaron, de chico, que no había que jurar, pues basta la palabra. No es que el poeta gaucho sea mentiroso, sino que el “te juro, bombo” es una forma de mostrar esa misteriosa y santa hermandad que hay entre las dos personas. El bombo es en esto como la sombra, un hermano del alma. Y alma rima con arpa, la otra música triste (creo que hay más de una forma de escribir misquila) que forma las zambas manogasteñas. Son zambas filosóficas, presocráticas, pues se van… y se quedan perennes en la memoria de los que amamos la tierra.

            Para algunos la memoria es algo molesto, que distrae del presente y del futuro (que pueden ser, dicho sea de paso, tan irreales como el ayer). Mas nuestro poeta recuerda unas zambas curiosas. Dije “curiosas”, pero quizá no tanto. En efecto nuestro folklore tiene con frecuencia un elemento telúrico y otro europeo. Pues bien, mi imaginario me dice que la raigambre telúrica es interpretada por criollos, pero en general en lengua europea. Aquí, al contrario, pues un modo criollo como la zamba es cantado por alguien que es originario o, en todo caso, por alguien cercano a ello (no es de cualquiera navegar a Corinto ni aprender quechua).[1] Pero tan fuerte suena la tierra que el cantor evocador la personifica. Y le dice algo notable, que vuelco más o menos en mis palabras: “Tengo toda la intención de volver pero, mientras tanto, esa bendita memoria es la que te pone muy cerquita de mí. Cada sonido del silencio me parecerá un canto de tus montes, que son los que me dan abrigo en mis nostalgias.”

            Pero es tiempo de que visitemos a un bonaerense, de General Madariaga. Miento por supuesto a Argentino Luna, autor y compositor de Zamba para decir adiós.

Perdona, niña, que un día 
te di promesas de amor: 
entonces yo no sabía 
este destino cantor. 
Entonces yo no sabía,
perdona, 
este destino cantor.
Te amé y no puedes negarlo, 
conmigo te llevaré; 
hecha recuerdo en mi canto 
en zambas te nombraré. 
Hecha recuerdo en mi canto,
mi cielo, 
en zambas te nombraré.

Cuando recuerdes la zamba 
que esta noche te canté, 
abrazado a mi guitarra 
sólo silencio seré. 
No llores niña, no quiero,
perdona, 
otra promesa no haré.

No llores niña, no quiero 
verte este noche llorar. 
Perdona, pero no puedo 
todo este fuego apagar. 
Quisiera pero no puedo,
mi vida, 
todo este fuego apagar.
Tú tienes otro destino: 
naciste para querer. 
Yo voy por otro camino, 
ya no me puedo volver. 
Yo voy por otro camino, 
cantando, 
ya no me puedo volver.
Otra vez el tema de la despedida. El Cholo Aguirre en Río manso: “Olvídame, te lo ruego: / yo soy como el Paraná, / que sin detener su marcha / besa la playa y se va.” Algunos se arrepienten de haber partido, como el protagonista de Kilómetro 11 (música de Tránsito Cocomarola y letra de Constante Aguer): “Vengo otra vez hasta aquí / de nuevo a implorar tu amor.” Pero quien, en los versos de Argentino, parte a otros pagos, a lo mejor no lo hace a ninguno en particular, sino que irá, al modo de los rapsodas, recorriendo polvorientos caminos, pues los hados habían ya decidido su suerte de cantor.

Además el poeta experimenta una barroca perplejidad. En efecto se irá mas se quedará de algún modo, pues su presencia se halla en la música. Por su parte ella se queda… aunque también se va con él, porque el recuerdo no es poca cosa. El poeta se lleva consigo varias compañías, tres por lo menos: el recuerdo, el nombre de la amada, la guitarra cantora. Aunque diga “sólo silencio seré”, no se sentirá completamente solitario. Además “abrazado a una guitarra nos recuerda que este vástago de la antigua lira tiene forma de mujer.

Si seguimos leyendo, nos encontramos con la viejísima imagen del fuego del amor, que no pueden apagar las lágrimas. Pero me pregunto de quién es el fuego, de él o de ella. De ella, no hay duda; pero creo que él también reconoce los vestigios de la antigua llama. Y, por más que la última estrofa tenga un airecillo épico, de seguir el hado a pesar de la atadura amorosa, entiendo que justamente tal “destino cantor” es el que lo obliga in mente al eterno retorno.

En fin, querido amigo, en estos pagos de Areco he tenido la inmensa fortuna de leer contigo estas maravillosas zambas. Dicen que hay un lugar para cada cosa. Pues bien, en esta capital de la tradición encuentro esos loca sancta que buscaban antes los peregrinos. Y vine aquí en compañía de dos amigazos de ley, el Canqui Chazarreta y Argentino Luna. Uno es de una provincia donde los peces levantan polvareda; el otro, de muy cerquita de la mar. Ha sido una gran felicidad para este paisanito capillense poder servirles de atril, para que se lean sus versos.

RAÚL LAVALLE



[1] En Recuerdos de Ypacaraí, guarania compuesta por Demetrio Ortiz sobre versos de Zulema de Mirkin, tenemos algo semejante: “Tú cantabas triste por el camino / viejas melodías en guaraní.” 

viernes, 24 de junio de 2016

EPITAFIOS A Mr. CHIPS

            Algunos leyeron el libro Goodbye, Mr. Chips, de James Hilton. Otros quizá solo vieron alguna versión fílmica, como la protagonizada por Petula Clark y Peter O’Toole. Ofrezco aquí al personaje un humildísimo obsequio de dos epitafios latinos. El primero de ellos, en dístico acentual:

                        Ín libris éxistís, praecláre Anglórum magíster:
                             nón solum ín librís, ín mea ménte vigés.

                        Existes en los libros, preclaro maestro de los ingleses:
                             no solo en los libros, perduras en mi mente.  

            Y escribo estos dos, en metro trocaico acentual.

                        Ánglos díscipúlos dóces,
                        quí tibi ángelí fuérunt.
                        Ín eorúm memoria víves,
                        nóvus Hóratiús Británnus.

                        Enseñas a alumnos anglos,
                        que fueron para ti ángeles.
                        Vivirás en la memoria de ellos,
                        nuevo Horacio británico.

                        Plácuit míhi ptisána túa,
                        quám, ut díscipúlo, dábas.
                        Ptísaná fruébar cérte…
                        séd magís tua humánitáte.

                        Me agradó que me dieras el té,
                        como a un discípulo tuyo, que soy.
                        Me gustó tomar el té, sin duda…
                        pero más me deleita tu humanidad.

            En fin, quizás mis versitos te muevan a releer el libro o a ver las películas de Mr. Chips.

                                                                                                       JOHN SINGH
       




jueves, 29 de octubre de 2015


AUNQUE SEA EL MEJOR VINO

“Aunque sea el mejor vino
Juro que no tomo más,
Tampoco tomo de menos,
Con la misma cantidad”.

Glosa

Un desengaño me puso
La botella en el camino,
Más no dejo que me gane
“Aunque sea el mejor vino”.

Pensaba que a la botella
No dejaría jamás,
Yo mismo no me lo creo
“Juro que no tomo más”.

Parece que yo hago caso
Y a la vez no a los consejos,
Porque al final de las cuentas
“Tampoco tomo de menos”.

Es un cambio hacia lo mismo
Y es la cruda realidad,
Nadie toma más ni menos
“Con la misma cantidad”.

FANOR ORTEGA DÁVALOS


domingo, 14 de diciembre de 2014


LA VERDAD EN EL ARTE

 

Por JONATHAN GEORGALIS

 

 

Sépanlo Todos: este drama no es ni una ficción, ni una novela. All is true, es tan verdadero, que cada uno puede encontrar sus elementos en su propia casa, tal vez en su propio corazón. [Balzac, El tío Goriot]

 

 

El problema de la experiencia, conjuntamente con el de la “verdad” de la idealidad, no ha sido planteado con la altura merecida. Hemos escuchado divagues epistémicos, otros se han convertido en libros con títulos que en sí mismos representan un absurdo. No hace falta recordar aquél título tan taquillero que hablaba acerca de la mendacidad de las leyes científicas, aserto fundado, precisamente, en virtud de la idealidad de acuerdo a la cual se establece su formulación.

Pero ¿qué es la idealidad, al menos en ciencia? Por nuestra parte, no nos resignamos a encerrar el ámbito especulativo en las oxidadas tenazas de la racionalidad analítica o en los cerebros polvorosos que transitan los claustros académicos. La verdad resplandece en el arte, destella en la mente genial del creador, y abrasa la criatura caída hasta hacer de su alma toda una antorcha sagrada que consume, en su realidad esplendente, toda la vana escoria que consume la herrumbrosa substancia del curso cotidiano de nuestra vida.

La idealidad, en nuestro concepto, lejos de engañar, tiene la misión de manifestar. La idealidad, precisamente, lo que hace es desvincular los elementos enmarañados en la realidad concreta. Desarticula las fuerzas arremolinadas en el complejo juego de nuestro trato para con las cosas, desarma el remolino en su armado básico y su ordenamiento geométrico. Todo yace en todo, y una cosa en nuestro mundo refleja todo el universo. Por eso, el teórico, que quiere establecer fórmulas definidas referidas al ordenamiento simple de las cosas, debe trabajar con tipos ideales. Finalmente, éstos representan tipos simplificados, donde el juego de los principios se reduce a unos límites abarcables de interacciones mensurables. Una vez esclarecida la lógica, la inclusión de elementos puede tener lugar, con la conciencia plena de que todo en el cálculo científico tiende a la simplificación, vía la idealización, y que despreciamos las fuerzas intervinientes producto de infinidad de interacciones, precisamente porque su efecto no es significativo en relación a los fines perseguidos.

Falaz en el cálculo si se quiere, la idealización construye el armazón lógico, el esqueleto anatómico básico, que funda la fisiología de los seres concretos. La verdad resplandece a través del sueño y la idealidad que radiografía la verdad solamente puede ser reconstruida por el ojo visionario del artista. Así, la verdad ideal encuéntrase también, sobre todo, en el arte. Por eso sus creaciones trascienden las consideraciones superficiales, calando hondo en la naturaleza de las cosas. El fluir dinámico de las cosas se resuelve en capas de actividad, aquel que aprehende la matriz más honda domina el espectro y el contenido de la variación. Una vez allí, ¡qué nos importan las teorías o los detalles! Estamos de frente ante la realidad desprovista de todo atavío y ornamento, y cegados ante su humilde resplandor, comprendemos la belleza triste cantada por José Larralde:

 

¡Qué extraño fue todo, ya lo ves!

La vida que pasa…

Y en la más austera desnudez

Sobran las palabras.

 

En efecto, la palabra tosca del hombre de lo cotidiano no tiene cabida en estos campos, aparentemente tan yermos, donde puede sembrar la mano inspirada del artista, espigando los frutos más sabrosos y delicados. Balzac ha sido llamado vulgar, maestro de la brutalidad, genio creador que se solaza morbosamente en la degradación. Por nuestra parte, lo que nos subyuga sobre todo en su obra es su fuerza, al par de su clarividencia. La fuerza debe ser, a riesgo de no ser tal, intensa y clarividente. La naturaleza entera arde en su creación, sus personajes parecen encandilados por una voluntad enorme y ciega que los precipita a todos en el abismo común de la conflagración. La tragedia iguala las suertes de los héroes, los villanos, y de la masa anónima y más o menos despreciable que atraviesa la Comedia humana como un cortejo siniestro que se dirige hacia la tempestad, una tempestad de llamas. Y es con fuego, no con tinta, con lo que Balzac delinea los caracteres y el destino de sus personajes, con ese fuego que atraviesa la oscuridad, encendiendo un altar a la fatalidad de la noche, hasta que resplandezca finalmente el fuego aéreo del alba matinal.

La monomanía de sus héroes dirige el sino de los personajes, como una fatalidad inmanente. Finalmente, ésta crece, la personalidad pierde todo contorno, hasta convertirse en un receptáculo ciego, de esa potencia rugiente que busca su ocasión manifestadora. Por último, la potencia desbordante rompe el frágil receptáculo, un corazón se parte junto a los escombros del recipiente. El corazón late, finalmente, una última vez, desangrando la agonía que se lleva su último soplo de vida. Este es su testamento cruel, en el suelo, junto a las ruinas que contempla, se despide del mundo tortuoso con un último grito de locura.

La monomanía en Balzac, creemos, no es sino una operación por la cual los personajes expresan un tipo ideal. El mecanismo de las fuerzas convergentes, fuerzas opuestas que chocan, se debilitan y “transaccionan”, es esclarecido mediante la construcción de estos engendros. Los héroes en Balzac representan tipos puros. Grandet, el avaro que arrastra los aires plácidos de la provincia, arremolinando todos sus anhelos en oro. Vautrin, el diablo depurado e irredento, cuya potencia abisal conmueve las entrañas de la sociedad a la que desprecia. Finalmente, el mismo amor arrebata la vida a Goriot, amor desmesurado, ciego ante la ingratitud y la miseria de las hijas a las que había legado tantas riquezas.

El genio, calando hondo en la naturaleza de los seres en virtud de su potencia simpática, entresaca el misterio de las cosas, desarma el andamiaje de los caracteres y descubre el mecanismo de las pasiones. Balzac es, además de artista, un visionario de genio, un naturalista pero, ante todo, un zoólogo. Taxonomista genial, la jungla de la ciudad no lo arredra, con audacia viril se lanza a través de los laberintos de cemento, el París decimonónico, húmedo y mohoso encontrará al narrador que todos, en algún momento, quisimos para nosotros mismos y nuestras abrumadas almas, mucho más prosaicas.

 Ahora bien, si nuestra interpretación es correcta, ¿no debiera tener algún tipo de validación textual por parte del mismo autor? ¿No debiera el zoólogo Balzac incursionar en estas humildes faenas epistémicas? Balzac lo hace. No hace falta referir a su admiración por Cuvier, quien formuló los célebres principios de la paleontología. Ni tampoco a Saint Hilaire, quien formuló el principio de la unidad de composición. La concepción filosófica de Balzac, monista en metafísica, culmina, en lo epistémico, con una reflexión acerca de lo ideal y la relación que presenta con la realidad. En función de ello transcribimos este pasaje, transcripto, a su vez, por Jaime Torres Bodet en su biografía de Balzac y que refiere una charla entre éste último y el jefe de la policía Vidocq. El policía, tan astuto en cuestiones de pesquisas criminales, le espeta a nuestro novelista, no utilice su perspicacia eminente, casi visionaría, en el estudio de la realidad, como corresponde a un hombre de un siglo tan práctico como el XIX. Pero Balzac no es Conan Doyle (que, por otro lado, acabaría precipitado al espiritismo, fracaso del optimismo compartido con las desmesuradas esperanzas de todo un siglo), y le responde con la clarividencia y la madurez que, en sus raptos más felices, solamente le son dadas al genio:

 

“¡Ah! ¿Usted cree aún en la realidad? No lo hubiese imaginado tan candoroso... Vamos; la realidad somos nosotros quienes la hacemos… La verdadera realidad es este hermoso durazno de Montreuil. El que usted llamaría real surge naturalmente en el bosque… No vale nada: es pequeño ácido, amargo; no se le puede comer. Éste es el verdadero… El producto de cien años de cultivos, el que se obtiene… mediante cierto trasplante en un terreno ligero o seco y gracias a algún injerto; en fin el que es exquisito es el que hemos hecho nosotros; el único real. En mi caso, el procedimiento es idéntico. Obtengo la realidad con mis novelas como Montreuil obtiene la suya con sus duraznos. Soy jardinero en libros.”

lunes, 5 de agosto de 2013

CADÍCAMO Y DICE UN REFRÁN  (por FIDEL FAREZ)


Enrique Santos Discépolo supo decir que Enrique Cadícamo fue el más porteño de los poetas. Es cierto que sus letras describen Buenos Aires como ningún otro poeta lo ha hecho, porque sin nombrar taxativamente lugares –toda buena poesía debería sugerir más que decir– sus versos transportan inequívocamente al paisaje que evoca. Dice un refrán es un tango atípico, pero tiene el sello de sus autores, el ambiente en aquí es creado tanto  por Cadícamo como por Ángel D’Agostino, compositor de la música; aquí el paisaje será una calle cualquiera con el personaje caminando y recordando:

 

DICE UN REFRÁN

 

Dice un refrán y confieso,

que no es refrán pa' aliviarse:

"Cariño le toma el preso

a la reja de la cárcel."

Pero yo sé que eso nunca lograré,

acostumbrarme a tu ausencia no podré.

Vos estarás muy tranquila

en brazos de otro querer, y yo.

Estoy sufriendo lo mismo

por tu cariño, mujer,

estoy sufriendo lo mismo

que habrá sufrido la otra... ay sí...

cuando por vos la dejé.

Cuando por vos la dejé... y yo

tengo en el alma una hoguera,

no puedo más con tu amor...

Está bien que no me quieras,

pero dejar que me muera... ay sí...

es no tener corazón.

Es no tener corazón...

Por culpa de tus desvíos

hoy ando triste y enfermo;

por culpa tuya, bien mío,

hoy ya no como ni duermo...

Entre la vida y la muerte estoy, amor,

y este dolor de perderte es un horror...

Vos estarás muy tranquila

en brazos de otro querer, y yo...

 

 

 

Y ahora, mis comentarios:

 

Dice un refrán y confieso,

que no es refrán pa'liviarse:

 

Qué lindo y cierto es el refrán:  

"Cariño le toma el preso

a la reja de la cárcel."

Pero yo sé que eso nunca lograré,

acostumbrarme a tu ausencia no podré.

 

Y ahora viene el prejuicio del abandonado, que se hunde en su imaginación; quién sabe cómo estará la mujer:

Vos estarás muy tranquila

en brazos de otro querer, y yo...

 

Sigue una mezcla de remordimiento y reproche, suenan más que a dolor:

Estoy sufriendo lo mismo

por tu cariño, mujer,

estoy sufriendo lo mismo

que habrá sufrido la otra... ay sí...

cuando por vos la dejé.

 

El reproche se repite, suavemente y con un dejo de humor, no se advierten odio ni rencor, él sabe que es así como suceden las cosas:

Tengo en el alma una hoguera,

no puedo más con tu amor...

Está bien que no me quieras,

pero dejar que me muera... ay sí...

es no tener corazón.

 

En Cadícamo rara vez se ve el deseo de destrucción hacia la mujer que se fue; los versos que siguen le cargan a la labilidad amorosa de ella sus propios males:

Por culpa de tus desvíos

hoy ando triste y enfermo;

por culpa tuya, bien mío,

hoy ya no como ni duermo...

Entre la vida y la muerte estoy, amor,

y este dolor de perderte es un horror...

Vos estarás muy tranquila

en brazos de otro querer, y yo...

 

Y al final se debe repite la estrofa anterior:

Estoy sufriendo lo mismo

por tu cariño, mujer,

estoy sufriendo lo mismo

que habrá sufrido la otra... ay sí...

cuando por vos la dejé.

tengo en el alma una hoguera,

no puedo más con tu amor...

Está bien que no me quieras,

pero dejar que me muera... ay sí...

es no tener corazón.
 

Haciendo click aquí, se puede disfrutar este lindísimo tango:
 
 
 
FIDEL FAREZ 

lunes, 26 de noviembre de 2012

SOLAMENTE UN VERANO


SOLAMENTE UN VERANO



Si bien, como soy viejo, poco me acuerdo de tales cosas, el verano es estación favorable a los amores. El calor, el mar, la playa, las diversiones y saraos son propicios para los dardos de Cupido. Muchos de esos amores, tan rápido como llegaron, se fueron. Quiero detenerme aquí en algunos de esos amorcillos; a lo mejor no fueron tan pequeños, porque sus protagonistas más de una vez los recuerdan. Empezaré con el poeta argentino Alfredo Bernardi, quien en Cien sonetos (Buenos Aires, Proa Amerian, 2011, p. 97), publicó “Aquel verano”:


Verte de nuevo y estrechar tu mano,

sostenerla liviana y distendida,

fue reescribir mi historia preferida

con la tinta volátil del verano.


Tu luz naciente, hálito cercano,

duró un instante, titiló enseguida,

y al apagarse se cobró una herida

que hasta el momento disimulo en vano.


Nos dio el estío un relajado intento,

una tabla sedante y placentera,

un refresco que alivia mi lamento.


Pasaron años de beldad cautiva

que tu imborrable madrigal nutriera.

No me olvido de ti. Te llevo viva.


El poeta vuelve aquí al verano pero desde un rencuentro. Hubo quizás un encuentro casual con la hermosa y antigua amiga del estío. A propósito de esta palabra, quizás a algún lector le parezca afectado su uso: ya nadie habla así. Puede ser, pero a mí me gusta, porque me hace pensar más en mi viejo latín; y también en “Estío” de Juana de Ibarbourou: “Cantar del agua del río. / Cantar continuo y sonoro, / arriba bosque sombrío / y abajo arenas de oro.”


En los amores estivales suele haber epístolas. No sé si el poeta reminiscente y soñador ha pensado en ellas pero, en cualquier caso, está la idea bíblica del libro de la vida. Es así, pues volvió a trazar esos momentos que quizás conservaban cartas amarillas. A lo mejor el otoño de la vida mató los papeles, pero hay una tinta volátil que no se borra. La herida de ese amor no fue tan efímera como aquel verano sino que lo acompaña en su caminar. En los poetas no está mal mentir y quizás aquí nos diga una mentirilla. ¿Realmente disimula en vano? A lo mejor fue en algún momento su intención, porque pluma en mano recuerda entrañablemente aquellos días felices, que lo salvaron de sí mismo, como la tabla salva a un náufrago y lo lleva a islas felices de paz.


Y cuando dice “se cobró una herida”, inmediatamente pienso en el extraño tópico de las guerras de amor. Sí, porque amor es ternura y también milicia. Cierto poeta romano no quería ir a la guerra, pero sí libraba batallas de amor con su amada: ‘aquí soy buen general y soldado’ (Tibulo 1, 1, 75); “dolce campo di battaglia il letto”, decía el Tasso en La Gerusalemme liberata (15, 64). El poeta no tiene ahora los besos y los abrazos, pero sí conserva con orgullo las heridas profundas, que vuelven a sangrar.


En el penúltimo verso leemos “tu imborrable madrigal.” Interpreto que, más que referirse a uno creado por ella, se trata del inspirado por ella. En todo caso, la composición poética que se ha alimentado con el incesante recuerdo. La Academia nos dice que dicha voz designa a cierta composición amorosa breve, que combina heptasílabos con endecasílabos. Me es imposible omitir aquel que escribió Gutierre de Cetina en el 1500:


Ojos claros, serenos,

si de un dulce mirar sois alabados,

¿por qué, si me miráis, miráis airados?

Si, cuanto más piadosos,

más bellos parecéis a aquel que os mira,

no me miréis con ira,

porque no parezcáis menos hermosos.

¡Ay tormentos rabiosos!

Ojos claros, serenos,

ya que así me miráis, miradme al menos.


Sí, y es la misma voz que tantas veces escuché en Cuando ya no me quieras, de los hermanos mexicanos Miguel Angel y José Angel Díaz Mirón y González de Castilla, más conocidos como Los Cuates Castilla. Aunque tampoco me olvido de la versión memorable de Tito Rodríguez. Así decía una parte de la canción: “Sé que ya no me quieres, me lo han dicho tus ojos. / Seguiré por la ruta, que no tiene final. / Seguiré siempre, siempre, partiré sin enojos / y mis labios sin penas cantarán un madrigal.”


La música italiana de los ’60 todavía tiene vigencia, porque algunos de sus éxitos han sido reeditados por cantantes actuales. Como ejemplo damos Il mondo, tema del cual tiene una versión Sergio Dalma. También, Che sarà?: hay hasta una versión argentina. Pero los de mi generación recordamos muy especialmente a la bellísima Claudia Sánchez, quien paseaba su figura ante un fondo de mar y playa al son de Abbronzatissima (música de Edoardo Vianello y letra de Carlo Rossi).


Abbronzatissima

sotto i raggi del sole,

come è bello sognare,

abbracciato con te.

Abbronzatissima

a due passi dal mare,

come è dolce sentirti

respirare con me.

Sulle labbra tue dolcissime

un profumo di salsedine

sentirò per tutto il tempo

di questa estate d’amor.

Quando il viso tuo nerissimo

tornerà di nuovo pallido,

questi giorni in riva al mar

non potrò dimenticar.


En esta canción el poeta está en el presente pero se proyecta al futuro. Vendrá el tiempo –dice a su bronceada niña– en que perderás la color y no estaremos juntos, pero mi ánimo conservará tu imagen. La gramática de la vida conjuga a cada instante el verbo pasar: según pasan los años, cambian también gustos y vivencias. Pero en el reino del corazón están vivas muchas cosas. Sé que algunos veranean en la montaña; otros, en el campo. Pero a mí me parece que una estate sin playa y mar es incompleta. Entonces, para mi gusto, el poeta tuvo lo mejor: besos y abrazos, junto al mar, de una chica piel canela y sapore di sale.


Leamos por último Mocosa, música de Atilio Stampone y letra de Andrés Marcelino Lizárraga. La versión más conocida es, si no me equivoco, la de Roberto Goyeneche. No puedo probar lo que digo, pero estoy seguro de haber escuchado otra por The Jazz Singers, conjunto casi olvidado hoy, pero sobre el cual se puede obtener todavía alguna que otra información (http://rockolafree.com.ar/JazzSingers.htm).


Difícil es andar las calles sin tus pasos,

difícil es cruzar la plaza sin tus manos;

ni las calles ni las plazas ni los barrios

tienen vida sin ese sol de tu verano.

Verano, mocosa que trajiste luz de playa,

verano, por una inmensidad de mar.

Mocosa, fuiste sol por las arenas

quietas, dormidas que me ayudan a soñar.

Verano, mocosa y tu manera inmaculada,

verano con la polaridad del mar;

mocosa, fuiste ruta en la distancia,

la fuerza impulso que me ayudas a cantar.

¡Qué fácil es andar las calles con tus pasos

¡Qué fácil es cruzar las plazas con tus manos!

Y a las calles y a las plazas y a los barrios

canto más con ese sol de tu verano.


No tengo más para decir, pues este tango es para mí una síntesis. Los amores de estudiante y los amores de verano son flor de un día. Quizás, pero no debemos confundir el amor real con el de la memoria. Lo de real es manera imperfecta de denominar: ¡como si el recuerdo no fuera vivo y perdurable! En Mocosa nuestro protagonista camina todos sus lugares alumbrado por el sol de esa joven. Es sol y ruta en este caminar. Y no es fardo pesado la nostalgia. Al contrario “fácil es andar.” Es incluso inspiración poética: “canto más con ese sol de tu verano.”


Raúl Lavalle

martes, 17 de enero de 2012

LAS DESPEDIDAS DE AMOR

LAS DESPEDIDAS DE AMOR (MOTIVO CLÁSICO EN LA CANCIÓN POPULAR)

RAÚL LAVALLE

La literatura muchas veces nos obsequió con escenas de despedidas. En estas líneas comentaré algunos ejemplos conocidos, que proceden de la literatura y de la canción popular. Y empiezo por la literatura clásica. En efecto muchos han leído los versos que Virgilio dedica a la despedida de Dido y Eneas (Eneida 4, 296-396). Cuando el héroe troyano se dirige a Italia (hago una muy breve síntesis), debe sobrellevar muchas pruebas, una verdadera odisea, antes de llegar a destino. Uno de sus puntos de detención es Cartago. Allí reina Dido, quien no mucho antes debió huir de su ciudad natal, la fenicia Tiro, y fundó en el norte de África esa urbe que sería poderosísima y además rival de Roma. Los dioses, para recomponer la flota y gastadas fuerzas de Eneas, hacen que la reina se enamore de él. Y ambos vivieron un amor cartaginés, que debía sin embargo tener fin. En efecto el dios Mercurio se aparece a Eneas y le ordena retomar su camino hacia Italia. Por más que Eneas trata de mantener, al menos por breve tiempo, a escondidas de la reina su decisión de partir, esto no le pasó desapercibido, pues dolos praesensit (‘presintió el engaño’); en efecto pregunta el poeta: quis fallere possit amantem? (cf. 4, 296-297). Queda entonces mencionado un elemento de este relato, la percepción de los enamorados: ‘¿quién podría engañar a un amante?’ El texto latino y mi traducción tienen más de un sentido posible, pero está claro que aquí significa que Eneas, por más que quiera, no puede sustraerse a la percepción de su amante (no significa: “¿quién tendrá la bajeza moral de engañar a un amante?”).

Dido –es comprensible– reprocha a Eneas ingratitud. No te retienen –dice más o menos– mi amor ni la diestra que te di antes. Te apresuras a navegar incluso en invierno y no piensas en el estado en que me dejas. Todo lo abandoné por ti, incluso mi pudor. Ahora sí citamos, en traducción nuestra: ‘Si al menos, antes de partir, hubiera recibido / una progenie de ti; si algún pequeño Eneas, / que te llevara en el rostro, jugara en el palacio, / no parecería del todo vendida y abandonada’ (4, 327-330). Confieso que nunca entendí bien este pedido. Hay varias explicaciones: una es que Dido es una mujer que está perturbada por su amor y, por tanto, está más expuesta a decir cosas no sensatas. En mi pobre opinión, el vástago habría sido más bien recuerdo de una traición, no tanto de buenos momentos. Y hay una razón literaria. En efecto en Apolonio de Rodas, autor griego del s. III a. C., Hipsípila, reina de la isla de Lemnos, se despide de Jasón (recordemos que este era el jefe de los Argonautas) y le manifiesta su deseo de ser madre. Quiere decir, no le pide un hijo sino, como ya han tenido trato, anhela el regreso de él, ‘si los dioses me concedieran dar a luz’ (Argonáuticas 1, 898). Jasón en su respuesta pide a Hipsípila que, si el destino dispone que él vuelva a la Hélade y que ella engendre un hijo varón, lo envíe una vez crecido a Yolco, patria del héroe, para que sea remedio en las necesidades de sus abuelos, los padres de Jasón (cf. Argonáuticas 1, 904-909). Recordemos que Virgilio no solo pretende dar gloria literaria a la Eneida emulando a Homero: también rinde homenaje a otro poetas griegos.

Otras despedidas hay en el mundo clásico. Por ejemplo la de Ovidio cuando fue desterrado de Roma y se acuerda de la noche de su partida, de cómo vio por última vez su casa y su mujer (cf. Tristes 1, 3). O la del poeta romano Tibulo, que iba a la guerra y se despedía de su amada Delia (cf. Elegías 1, 3). Y más famosa aún es, en Homero, la despedida de Héctor y Andrómaca: si bien el héroe troyano no se va lejos, se va al campo de batalla, donde no mucho después encontrará la muerte a manos de Aquiles (cf. Ilíada 6, 404 ss.). Pero dejaremos esos célebres encuentros clásicos y también otros muchísimos de las literaturas modernas. Me quedo nada más con unos ejemplos de la canción popular. Empiezo por Jamaica Farewell, de Erving Burgess, muy recordada sobre todo, creo yo, por la versión de Harry Belafonte. El texto lo tomo de: http://www.arlo.net/resources/lyrics/jamaica-farewell.shtml:

Down the way, where the nights are gay,
and the sun shines daily on the mountain top,
I took a trip on a sailing ship
And, when I reached Jamaica, I made a stop.

But I'm sad to say, I'm on my way;
won't be back for many a day;
my heart is down, my head is turning around:
I had to leave a little girl in Kingston town.

Sounds of laughter everywhere
and the dancing girls swaying to and fro.
I must declare that my heart is there,
though I've been from Maine to Mexico.

Down at the market you can hear
ladies cry out, while on their head they bear
akie rice and salt fish is nice
and the rum is good any time of year.

Burgess nació en 1924 en Brooklyn; es autor de varias canciones (cf.: http://answers.yahoo.com/question/index?qid=20061005111927AAQLnzu). Como no domino el inglés, acude en mi ayuda la Red: “Akie (or akee) rice is a Jamaican dish made from rice plus the fruit of a special tree called akee that grows in the Caribbean” (http://www.cstone.net/~bcp/4/4MMusic.htm). En efecto el yo poético en esta atmósfera tropical recuerda con afecto cosas típicas de su tierra, porque se tiene nostalgia también –y mucha– de lo pequeño. Tal vez esas beldades que ágilmente ondean sus miembros le hacen revivir aquella otra a la que una vez dijo adiós, al brillo del tramontar del sol o a la luz de la luna sobre el mar.

Un beso y una flor, el conocido tema romántico que cantaba Nino Bravo, fue compuesta en 1972 por José Luis Armenteros y Pablo Herrero. Copio la letra de la página oficial del cantante (http://www.ninobravo.net/). No sé si ambos compositores hicieron letra y música o cada uno de ellos una cosa.

Dejaré mi tierra por ti,
dejaré mis campos y me iré
lejos de aquí.
Cruzaré llorando el jardín
y con tus recuerdos partiré
lejos de aquí.
De día viviré
pensando en tus sonrisas;
de noche las estrellas
me acompañarán.
Serás como una luz
que alumbre mi camino;
me voy pero te juro
que mañana volveré.

Al partir, un beso y una flor,
un te quiero, una caricia y un adiós.
Es ligero equipaje para tan largo viaje;
las penas pesan en el corazón.
Más allá del mar habrá un lugar,
donde el sol cada mañana brille más.
Forjarán mi destino las piedras del camino;
lo que nos es querido siempre queda atrás.

Buscaré un hogar para ti
donde el cielo se une con el mar,
lejos de aquí.
Con mis manos y con tu amor
lograré encontrar otra ilusión
lejos de aquí.

Las palabras de esta bella canción subrayan, más que el momento de la partida, lo que nuestro protagonista se lleva después de ella: besos, sonrisas, lugares; en fin, recuerdos. Ahora bien, no será meramente recuerdo sino que deviene luz, semejante a las estrellas, a las Osas que guiaban el navegar de griegos y fenicios. Y otra imagen tradicional, la de las piedras del caminar, se suma a las anteriores, en natural armonía. De modo que, si bien es real la tristeza del adiós, hay también la gozosa esperanza de otra vida, que una los afectos de antes con los del mañana. El ámbito ideal de ella es el de siempre: “un hogar para ti.” Ahora hago una rápida pasada por el Festival di Sanremo; precisamente por Sergio Endrigo, quien en 1967 compuso y presentó allí Dove credi di andare?

Dove credi di andare,
se tutti i tuoi pensieri restano qui?
Come pensi di amare,
se ormai non trovi amore dentro di te?
Con tante navi che partono,
nessuna ti porterà lontano da te.
Il mondo, sai, non ti aiuterà,
ognuno al mondo è solo come te e me.
Dove credi di andare,
se il tempo che è passato non passerà mai?
Povere le tue notti,
se tu le spenderai per dimenticare.
Il mondo non è più grande di questa città;
la gente si annoia ogni sera, come da noi.
Dove credi di andare,
se ormai non c’è più amore dentro di te?

El poeta se pone en consejero en este adiós. Advierte en efecto a su bambina que sus afectos interiores, aun cuando ella partiera, seguirían en el lugar de origen, donde el pasado todavía es fuerte. Además es doloroso el tiempo que se consume en el olvido. Pero otro adiós famoso es el cantado por Sergio Denis, Te llamo para despedirme, tema de Francis Smith. En él el poeta parece sentirse fuerte, pero las lágrimas evidencian la persistencia del sentimiento:

Te llamo para despedirme,
pues hoy me alejo de tu vida.
Lo nuestro nunca tuvo sentido;
te quise y fue tiempo perdido.
¿Por qué, por qué?
No sé por qué estoy yo aquí,
llorando por ti,
Si ya te olvidé.
Te llamo para despedirme;
me voy no sé dónde ni cuándo;
ahora puedo serte sincero:
te quise pero ya no te quiero.

Y nunca está mal terminar con el tango. El último café, con música de Héctor Stamponi y letra de Cátulo Castillo, es para mí la despedida más triste. Pero hay otro que también cantaba Julio Sosa, No nos veremos más, con música de Luis Stazo y letra de Federico Silva; aprovechamos para ello el servicio del sitio TODOTANGO (http://www.todotango.com/english/las_obras/letra.aspx?idletra=2021).

De pronto ya todo
quedó sin paisaje,
la nube que vuela,
el tiempo de amar.
Y supimos tarde
cuál es el mensaje
para dos que tarde
quisieron soñar.
Tu luz de verano
me soñó en otoño
y yo te agradezco la felicidad.
No puedo engañarte,
mi adiós es sincero,
tú estás en enero, mi abril ya se va.

¡Adiós!
Es la manera de decir ya nunca.
¡Adiós!Es la palabra que quedó temblando.
¡ay!, en el corazón de la partida.
¡Adiós!,espina fina de la despedida.
¡Adiós, amor!
¡No nos veremos más!

Los sueños perdidos
me duelen ahora,
cuando ya no es hora
de querer soñar.
Y un niño que llora soy
yo mismo entonces,
buscando el juguete que no ha de encontrar.
Tu azúcar amarga
se me entró en las venas,
me encendió la sangre
hasta el corazón.
Pero no te engaño,
mi adiós es sincero,
tú estás en enero,
mi abril ya pasó.

Este tango de aires de bolero se complace en citar cosas huidizas de la naturaleza: nube, tiempo, estaciones. También son frecuentes en las despedidas la palabra interrumpida y un dolor profundo y punzante. Y la pérdida del amor evoca también otras ausencias: tales, la niñez, los sueños y la felicidad pasada. En suma, es un tema que no innova casi nada en los contenidos, pero me agrada en su correcta simplicidad. Se podrían citar infinitos textos de despedidas, pero basta con los poquitos que trajimos aquí.


“Partir es morir un poco”, se dice. Esa es la fórmula que sintetizó el escritor francés Edmond Haraucourt, quien murió en 1941 y ni siquiera fue un nombre para mí; por lo menos hasta que en la Red aprendí que era el autor de “Chanson de l’adieu (http://fr.wikipedia.org/wiki/Edmond_Haraucourt#Rondel_.C3.A0_l.27adieu). Creo que mostré en este escrito que partir es morir, pero también es vivir e ilusionarse, a pesar del dolor. No obstante, me parece que es bueno leer, como modo de terminar, a Haraucourt, pues en él se menciona ‘el último verso de un poema.’ Sin duda la poesía y el canto mitigan y ensalzan el dolor de la ausencia. Además en el adiós, como dice la última estrofa, se siembra el alma; y esa siembra dará también su mies.

Partir, c'est mourir un peu,
C'est mourir à ce qu'on aime:
On laisse un peu de soi-même
En toute heure et dans tout lieu.

C'est toujours le deuil d'un vœu,
Le dernier vers d'un poème;
Partir, c'est mourir un peu,
C'est mourir à ce qu'on aime.

Et l'on part, et c'est un jeu,
Et jusqu'à l'adieu suprême
C'est son âme que l'on sème,
Que l'on sème en chaque adieu:
Partir, c'est mourir un peu.

RAÚL LAVALLE