domingo, 28 de noviembre de 2010

LAS CAMPANAS Y UN POEMA DE LUCIANO MAIA

LAS CAMPANAS Y UN POEMA DE LUCIANO MAIA

Más de una vez escribí sobre un amigo. Luciano Maia, brasileño de Fortaleza, es poeta, ensayista y traductor. Pero se yergue además como una columna de la latinidad perenne, pues conoce el latín y varias lenguas romances, incluso el rumano. Es Cónsul Honorario de Rumania en Fortaleza y Comendador de la Orden Nacional de Rumania en Fortaleza. Pero me detendré brevemente en su poema “Ode ao sino”, publicada en su poemario Pátria dos cataventos (Fortaleza, Expressão Gráfica e Editora, 2007, p. 91).

Na distância, uma badalada. Repique
na tarde em despedida
és, sino, solidão apunhalada.

Queria chamar-te campana
assim me lembrarias ternuras
e poemas e viagens e amores
distantes, porém serenizados
na doçura da rima castelhana.

Sino branco e dourado
em um relembro
rococó numa tarde exilada
longe, longe.
Sino alvissareiro no entardecer
do dia de Natal.

(Sino da minha cidade vestida de luto).

En estas líneas no pretendo decir nada elevado. Nada más haré libre asociación de ideas y recuerdos: menciono alguna campana que resuena en mi oído y doy, querido amigo, mis impresiones de lector cándido. Tampoco traduzco del portugués al español, porque creo que los latinoamericanos tenemos que acostumbrarnos a entendernos naturalmente. La primera lectura es la del Código de Derecho Canónico. No me refiero al actual, sino a uno viejo, que compré en mis andanzas por viejas librerías. Es el ordenado por Pío X y promulgado por Benedicto XV (para poner algún latinajo: Romae, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMXVIII). Traduzco del canon 1169 del Codex: ‘§ 1. En cualquier iglesia conviene que haya campanas, para que los fieles sean invitados con ellas a los oficios divinos y a otros actos de religión. § 2. También las campanas de las iglesias deben ser consagradas o bendecidas según los ritos de los libros litúrgicos aprobados. § 3. El uso de ellas está sometido solamente a la autoridad eclesiástica. § 4. Con excepción de ciertas condiciones puestas, bajo aprobación del Ordinario, por aquellos que donaron la campana, ella no puede estar destinada a usos meramente profanos, salvo por causa de necesidad, por licencia del Ordinario o, en fin, por legítima costumbre.’

El segundo recuerdo en mi mente fue Vaya con Dios, viejo tema del cantante y actor mexicano Pedro Infante (1917-1957). Recuerdo también las versiones de los grandes Pedro Vargas, Nat King Cole y Julio Iglesias. Copio la letra (cf.: http://www.justsomelyrics.com/1460741/Pedro-Infante-Vaya-con-Dios-Lyrics).


Se llegó el momento ya
de separarnos;
en silencio el corazón
gime y suspira:
“Vaya con Dios mi vida,
vaya con Dios mi amor.”
Las campanas de la iglesia
suenan tristes
y parece que al sonar
también te dicen:
“Vaya con Dios mi vida,
vaya con Dios mi amor.”
Adonde vayas tú
yo iré contigo;
en sueños siempre
junto a ti estaré;
mi voz escucharás,
dulce amor mío;
pensando como yo estarás
volvernos siempre a ver.
La alborada al despertar
feliz te espera,
si en tu corazón yo voy
adonde quiera.
“Vaya con Dios mi vida,
vaya con Dios mi amor.”

En la lírica amorosa las despedidas son lugar común. Aquí la tristeza del adiós es acompañada por los bronces sonantes, tristes también ellos. Más aún, la personificación los hace hablar. Y me permito añadir algo que no está en la canción de Infante: “si yo te seguiré a todas partes, doquiera que tú vayas, y siempre te estaré esperando, que el son de estas campanas siempre te lo recuerde.” Es curioso pero todos sabemos que en las iglesias se “catequiza.” Pues bien, catequesis es voz griega que tiene la idea de ‘eco’: el más bello eco es para mí el de las campanas. Te invito entonces, caro lector, a escuchar la versión de Nat King Cole (cf.: http://www.youtube.com/watch?v=uCQGyxO316c). ¿Y cómo no pensar en las campanas navideñas? Sobre todo, el tradicional villancico Campanas de belén.

Campana sobre campana
y sobre campana una:
asómate a la ventana,
verás al Niño en la cuna.
–Belén, campanas de Belén,
que los ángeles tocan,
¿qué nuevas nos traéis?
–Recogido tu rebaño,
¿adónde vas, pastorcillo?
–Voy a llevar al Portal
requesón, manteca y vino.
Campana sobre campana
y sobre campana dos:asómate a la ventana,
porque está naciendo Dios.
Campana sobre campana
y sobre campana tres:
en una cruz a esta hora
el Niño va a padecer.
Caminando, a media noche,
dónde camina el pastor,
le llevo al Niño que nace,
como a Dios, mi corazón.

En este bello villancico andaluz los repiques dan alegría al Portal y a los pastores, que acuden con sus sencillas y sabrosas ofrendas pastoriles. La alegría navideña preanuncia no obstante el dolor futuro de la Cruz. Pero, antes de ir al poema de Luciano, quiero recordar lo que él me dijo en un correo personal del 4 nov. 2010: “Curioso que, a mi juicio, solo en portugués y en romanche existen, con el sentido de campana, sino (port.) y zain (rom.) advenidos de signum.” En cambio en la mayoría de las lenguas neolatinas está el derivado del latín campāna, de Campania, en Italia, donde se usó por primera vez, según informa la Academia.

Quizás por eso Luciano dice que querría a veces llamar campana a su sino. La trata de tú, la toma como compañera de un viaje espiritual, sobre todo a la vieja Castilla. Pues Luciano conoce perfectamente el español y hay una parte española en su familia. En la primera estrofa nos dijo que el tañido del bronce le parecía una ‘soledad apuñalada’, en esa tarde de despedida. Pues bien, paralelamente dijimos que su itinerario espiritual lo acompañó en sus saudades personales y lo llevó en un instante a la Península Ibérica, a la tierra de los Maias. Y es muy bonito que en Hispania tengamos también la palabra árabe alvissareiro: la campana en el atardecer nos da albricias. Y nada menos que las albricias de la Navidad: no en vano una viejísima canción alemana dice que nunca suenan más dulces las campanas que en Nochebuena (süßer die Glocken nie klingen / als zu der Weihnachtszeit). Para colmo de mi alegre evocación, completan el bello cuadro las curvas, los oros, la pasión y el fervor del rococó brasileño. Recibe entonces, caro Luciano, este saludo y agradecimiento de quien –uno de sus mayores orgullos– tiene la vanidad de considerarse tu amigo.

Radulfus

lunes, 22 de noviembre de 2010

LATINES INESPERADOS

Hace poco volví a visitar el Palacio Barolo, ese notable edificio de Buenos Aires que está inspirado en diversos aspectos de La Divina Comedia. Acababa de hablar con Roberto Alifano, quien está terminando una novela ambientada a la vez en tiempos del Dante y también en la Argentina reciente; en ella se habla precisamente del Palacio, obra del arquitecto italiano Mario Palanti y terminado en 1923 (http://es.wikipedia.org/wiki/Palacio_Barolo). Pues bien, leí con emoción las varias frases latinas que se hallan en el cielorraso de su inmensa galería (algunas, virgilianas; otras, evangélicas) y pensé en la grandeza del mundo clásico, que ha llegado tan lejos en el espacio y en el tiempo. El Palacio es entonces responsable en parte de las siguientes búsquedas.

Esto me hizo acordar de Marcela, una alumna que me llevó a clase un curioso regalo. Era una foto de la entrada del cementerio de 25 de Mayo, Provincia de Buenos Aires. Allí se lee claramente NON OMNIS MORIAR. Con estas célebres palabras Horacio (Odas 3, 30, 6), poeta latino del s. I a. C., manifiesta su convencimiento de vencer a la muerte, pues los encanecidos siglos leerán sus versos. Y tenía razón, pues en este apartado lugar del mundo algunos –no tan pocos– seguimos leyéndolo. Y me vino inmediatamente la asociación con una frase que solían enseñar en las clases de doctrina cristiana, atribuida a Vicente de Lérins: la fe es quod semper, quod ubique, quod ab omnibus (‘lo que fue creído siempre, en todo lugar y por todos’; es un autor cristiano del s. V: cf.: http://en.wikipedia.org/wiki/St._Vincent_of_Lerins). Pensé que esto se ha dado con la luz de la Hélade y la gloria de la Roma eterna. En efecto en lugares muy curiosos es posible encontrar sus huellas. Pongo aquí por escrito solamente unos pocos de esos sitios.

Empezaré por un actor cómico de nombre artístico Calígula. Afortunadamente la Red ayuda a mi memoria, con un artículo de la revista Nosotros, del diario El Litoral (Santa Fe, 27 de marzo de 2004). “Délfor Amaranto Dicásolo, más conocido por Délfor, y creador en 1954 de La revista dislocada, programa que lideró durante años la audiencia de los mediodías dominicales y luego pasó a la TV, regresó a la radio –por Nacional, domingos a las 14– con su programa tradicional. […] ‘Así se hizo la Dislocada, la mayoría apareció de esa manera, como Jorge Porcel o Calígula; a Porcel me lo trajo un amigo […], que lo conoció una noche que fue a actuar a Villa Domínico’, describió. Conoció a Jorge en la confitería donde actuaba […] ‘Porcel era un gordito simpático que estaba haciendo el servicio militar, y así empezó; lo mismo que Calígula, obrero en Segba en Dock Sud, traído por mi amigo el locutor Miguelito Franco’, recordó. Por ese entonces, Délfor había visto el filme El manto sagrado y, cuando el futuro cómico apareció, alto y flaco, peinado hacia adelante en su intento de ocultar su calva, él exclamó ‘¡Calígula!’, por su parecido con el actor que interpretaba al célebre incendiario. Así quedó en el olvido su verdadero nombre, Luis Decibe, imitador memorioso de los diálogos de las películas de Carlos Gardel y primo hermano de la ex ministra de Educación Susana Decibe, nativa como él de la ciudad de Bragado.” (cf.: http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2004/03/27/nosotros/NOS-06.html).

Dos o tres cosas para comentar. Primero que el incendiario no fue Calígula sino Nerón, aunque en realidad es muy dudoso que este último haya incendiado Roma; no obstante, esa es la idea que circula vulgarmente (cf.: http://en.wikipedia.org/wiki/Nero). En cuanto a El manto sagrado, era un libro de Lloyd C. Douglas que fue llevado después al cine por Henry Koster; Jay Robinson hacía de Calígula (cf.: http://www.imdb.com/title/tt0046247/). Por último, Délfor tenía un hijo que a veces cantaba en La revista dislocada y en algún otro programa. Su nombre de pila era Carlos, pero su nombre artístico era romano: Espartaco (cf.: http://rockolafree.com.ar/ARG-E.htm). No obstante, era un muchacho muy flaco, más parecido al alfeñique de 44 kg de Charles Atlas que a un gladiador. Nota sobre nota, Charles Atlas también era un nombre de fantasía, tomado sin duda del mundo clásico (cf.: http://dealgunamanera1.blogspot.com/2008/05/ser-como-charles-atlas.html).

Más de res computatrales. Los chicos nos llenan de vida con su buen humor; en este mundo de hoy, tan comunicado, algunos de ellos ponen latines en sus direcciones electrónicas: galarzorum@ (el chico quedó impresionado por la música del genitivo plural); mi alumno Claudio usa egosumclaudius@ (según propia admisión, ama la novela de Robert Graves); y otro, Augusto, prefiere augustus@; un profesor griego que reside en Miami y es experto en elegía latina, Konstantinos P. Nikoloutsos, usa constantinus_magnus@ (su dirección muestra sin duda su admiración por el epónimo de Constantinopla); otro alumno, no mío, de latín, usa spqr@. En fin, las epistulae electronicae, de parabienes.

Todos los de mi época conocemos a Donald, el de Tiritando, tema de Nono Pugliese (utilizó en esta ocasión el seudónimo Charlie Tonto). Pues bien, cierta vez vi a Donald en la calle y me acerqué respetuosamente a él. Después de conseguir su autógrafo, le pedí su dirección electrónica, para enviarle por ese medio mi versión latina de su máximo éxito. Su comienzo es:

Fluctus flaminaque, [Enos Mars, Enos Mars]
frigora maris;
tui frigora animi
me conterritant.

Para verter el famoso sucundum, me valí de una frase de un himno que cantaban, en la antigua Roma, los sacerdotes del dios Marte. De vuelta, en correo del 7 dic. 2006, Donald me agradeció y dijo: “En realidad la palabra o el sonido sucundum se me ocurrió en el año ’67, cuando estudiaba Derecho Romano en primer año de la Universidad del Salvador, y la palabra de la cual derivó era secundum. ¡Qué gracioso después de tantos años volver a las fuentes!” Ni siquiera yo, siempre optimista respecto del futuro del latín, me pude haber imaginado tal cosa.

A griegos y romanos les gustaron mucho las carreras de caballos. Tal vez por eso algunos nombres de “burros” (et nos cedamus vulgari eloquio!) proceden de allí. Por ejemplo Edipo Rey, un caballo chileno que ganó el Gran Premio Latinoamericano en 1990 (cf.: http://dealgunamanera1.blogspot.com/2008/05/ser-como-charles-atlas.html). Hay muchas asociaciones que pueden hacerse a partir de este nombre, pero a mí me gusta porque dicen que el resultado final siempre es un enigma, cuando se trata del pasto o de la arena de las apuestas: por algo los que saben de esto son llamados “la cátedra.” Otro équido importante era Nonbis in Idem (cf.: http://mbprofesionales.com.ar/fabulada/info/forsale.pdf . El error en la separación y en el uso de mayúsculas (debería ser non bis in idem) no es mío, sino del dueño de este sangre pura). ‘No dos veces en lo mismo’ significa que no debemos cometer dos veces el mismo error; quizás por eso alguien, sabedor de que los habitantes de esta parte del mundo tenemos cierta propensión a ello (no somos los únicos), hablaba de los latinoamnesicanos. El premio República de Bolivia (1100 m, Hipódromo de La Plata) lo obtuvo la yegua Lux Lucis, que es de la tercera pero resultó de primera (cf.: La Nación, 22 oct. 2010). Pero el que más me gustó fue Borístenes, varias veces ganador (cf.: La Nación, 26 sept. 1999). Tiene el mismo nombre que un caballo de Adriano; este emperador romano del s. II le dedicó un epitafio (fragm. nº 4) que elogiaba su gran rapidez:

Borysthenes Alanus,
Caesareus veredus,
per aequor et paludes
et tumulos Etruscos
volare qui solebat.

Borístenes era el Dnieper, río que desagua en el Mar Negro. El mundo clásico y los corceles siempre fueron amigos; tanto que un antecesor de Adriano, Calígula, hizo para su caballo Incitatus un establo de mármol, lo custodiaba con soldados, lo vestía de púrpura, le ponía collares y joyas, le destinó una casa y esclavos para su atención y hasta, se decía, tenía pensado hacerlo cónsul (cf.: Suetonio, Calígula 55). Y Alejandro Magno llegó también bastante lejos, pues en honor a su caballo Bucéfalo fundó, junto al río Hidaspes, ‘no de otro modo que si hubiera perdido a un amigo’ la ciudad de Bucefalia (cf.: Plutarco, Vida de Alejandro 61).

Muy leído es el ingenioso humorista gráfico Nik. En uno de sus dibujos (cf.: La Nación, 25 jun. 2008), relacionado con la protesta agrícola que hubo en Argentina en 2008, un periodista le preguntaba al político de turno cómo andaban las instituciones en Argentina. El bigotudo funcionario le contesta que muy bien, pues lo hacen “de acuerdo a [sic] lo que deciden los tres poderes.” Estos no son ejecutivo, legislativo y judicial, como se espera, sino “piquete, cacerolazo y carpa.” El característico gato de Nik comenta: “Ya lo dijo el poeta: Carpe diem, diez carpas en el Congreso.” No sorprende la cita horaciana (Odas 1, 11, 8), pues es ex alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires, gloria de la latinidad.

No me gusta, y lo digo sinceramente, el abuso de las palabrotas. Me refiero aquí a una de ellas por necesidad. Pues bien, pendejo es voz del español general, “pelo que nace en el pubis y en las ingles”, define la Academia. También sabe que: “vulg. Arg. y Ur. Chico, adolescente.” Pero ni la Academia ni el Diccionario del habla de los argentinos, de la Academia Argentina de Letras, registran pendex, que es deformación de la voz citada y que tiene ya unos treinta años. Más aún, la Red testimonia su abundante uso, como puede ver cualquiera que se valga de un buscador. Creo que pendex fue idea de un conocedor, en mucho o en poco, del latín: a la manera de latex,icis (‘líquido’), simplex,icis (‘simple’) o apex,icis (‘punta’). Lo curioso es que, cuando se usa en plural, no se dice pendices, en buen latín, sino “los pendex.” (Cf.: http://bicicletas-usadas.vivavisos.com.ar/motos-usadas+otras-santa-fe-region/yamaha-xj-600cc-ideal-p-pendex-q-no-llegan-al-cbr/10260134). Es como cuando alguien dice que, por su desempeño en el trabajo, le dieron “varios bonus”, en vez de boni; o como cuando alguien presentó “varios curriculums”, en vez de curricula.

Pero el lenguaje corriente comete muchos asesinatos. Dígalo, si no, la frase latina primum vivere, deinde philosophari (‘primero vivir, luego filosofar’). El mal uso ha llegado a forjar una mezcla con el italiano: primum vivere dopo filosofare. ¡Ni hablar del rarísimo non calentarum: largum vivirum! En la Red están documentados ambos usos. Muy curioso, porque parte de la creencia de que casi todo en latín termina en –um; en todo caso, la frase tiene un lejanísimo aire de ars longa, vita brevis, versión del aforismo griego hipocrático (ho bíos brachýs, con perdón por el uso de la trasliteración; cf.: http://es.wikipedia.org/wiki/Ars_longa_vita_brevis). Y, cuando surge alguna contrariedad, los sexagenarios decimos: Sonati, frates. Sin duda paráfrasis jocosa del Orate, fratres, de la Misa en latín.

Ahora, a los libros de viajes y aventuras. John L. Brom (1908-1969) fue explorador y fotografío y filmó muchísimo sobre el África (cf.: http://www.nmnh.si.edu/naa/whatsnew2000_02.htm). En uno de sus libros escribe: “El jefe de una familia de hipopótamos es un tirano feroz y celoso que reina sobre muchas hembras que lo obedecen ciegamente. Y ¡ay del intruso, de todo macho extraño que se atreva a acercarse a una de sus esposas! La consecuencia será una batalla a muerte […]. Puede suceder que ambos adversarios sucumban a causa de sus heridas, en cuyo caso las hembras se van y se buscan nuevo marido. Sin duda, este temperamento celoso impulsaba a los machos a destruir a sus propios vástagos masculinos, en quienes ven rivales en potencia. También puede suceder que el hijo, después de haber alcanzado la edad adulta viviendo solo, vuelva al seno de la familia, combata con su padre, lo mate y se apodere de todas las hembras, inclusive su propia madre. ¡El drama de la vida del hipopótamo es, en suma, digno de Shakespeare, o más bien de Sófocles, con matices que recuerdan a Edipo!” (John L. Brom. 32000 kilómetros por la selva africana. Buenos Aires, Ediciones Selectas, 1959, p. 278). Ya de por sí el hipopótamo tiene mucho de griego, pues su nombre es algo así como ‘caballo de río.’

En fin, llegado ya a puerto, debo aclarar que el título de este trabajo no es del todo preciso. En efecto no pueden considerarse demasiado “inesperados” los latines en alguien que, como Nik o como Brom, tuvo una formación de base europea. A pesar de tal impropiedad, quise mantenerlo, pues desde siempre me llamó la atención hallar el mundo clásico en lugares distantes de la literatura y del arte. También tuve una intención evocativa y otra de carácter humorístico y lúdico. Si mis lectores dedicaron su irreparable tiempo a tales bocadillos, venia, precor, sit mihi concessa.

RADULFUS