lunes, 26 de noviembre de 2012

SOLAMENTE UN VERANO


SOLAMENTE UN VERANO



Si bien, como soy viejo, poco me acuerdo de tales cosas, el verano es estación favorable a los amores. El calor, el mar, la playa, las diversiones y saraos son propicios para los dardos de Cupido. Muchos de esos amores, tan rápido como llegaron, se fueron. Quiero detenerme aquí en algunos de esos amorcillos; a lo mejor no fueron tan pequeños, porque sus protagonistas más de una vez los recuerdan. Empezaré con el poeta argentino Alfredo Bernardi, quien en Cien sonetos (Buenos Aires, Proa Amerian, 2011, p. 97), publicó “Aquel verano”:


Verte de nuevo y estrechar tu mano,

sostenerla liviana y distendida,

fue reescribir mi historia preferida

con la tinta volátil del verano.


Tu luz naciente, hálito cercano,

duró un instante, titiló enseguida,

y al apagarse se cobró una herida

que hasta el momento disimulo en vano.


Nos dio el estío un relajado intento,

una tabla sedante y placentera,

un refresco que alivia mi lamento.


Pasaron años de beldad cautiva

que tu imborrable madrigal nutriera.

No me olvido de ti. Te llevo viva.


El poeta vuelve aquí al verano pero desde un rencuentro. Hubo quizás un encuentro casual con la hermosa y antigua amiga del estío. A propósito de esta palabra, quizás a algún lector le parezca afectado su uso: ya nadie habla así. Puede ser, pero a mí me gusta, porque me hace pensar más en mi viejo latín; y también en “Estío” de Juana de Ibarbourou: “Cantar del agua del río. / Cantar continuo y sonoro, / arriba bosque sombrío / y abajo arenas de oro.”


En los amores estivales suele haber epístolas. No sé si el poeta reminiscente y soñador ha pensado en ellas pero, en cualquier caso, está la idea bíblica del libro de la vida. Es así, pues volvió a trazar esos momentos que quizás conservaban cartas amarillas. A lo mejor el otoño de la vida mató los papeles, pero hay una tinta volátil que no se borra. La herida de ese amor no fue tan efímera como aquel verano sino que lo acompaña en su caminar. En los poetas no está mal mentir y quizás aquí nos diga una mentirilla. ¿Realmente disimula en vano? A lo mejor fue en algún momento su intención, porque pluma en mano recuerda entrañablemente aquellos días felices, que lo salvaron de sí mismo, como la tabla salva a un náufrago y lo lleva a islas felices de paz.


Y cuando dice “se cobró una herida”, inmediatamente pienso en el extraño tópico de las guerras de amor. Sí, porque amor es ternura y también milicia. Cierto poeta romano no quería ir a la guerra, pero sí libraba batallas de amor con su amada: ‘aquí soy buen general y soldado’ (Tibulo 1, 1, 75); “dolce campo di battaglia il letto”, decía el Tasso en La Gerusalemme liberata (15, 64). El poeta no tiene ahora los besos y los abrazos, pero sí conserva con orgullo las heridas profundas, que vuelven a sangrar.


En el penúltimo verso leemos “tu imborrable madrigal.” Interpreto que, más que referirse a uno creado por ella, se trata del inspirado por ella. En todo caso, la composición poética que se ha alimentado con el incesante recuerdo. La Academia nos dice que dicha voz designa a cierta composición amorosa breve, que combina heptasílabos con endecasílabos. Me es imposible omitir aquel que escribió Gutierre de Cetina en el 1500:


Ojos claros, serenos,

si de un dulce mirar sois alabados,

¿por qué, si me miráis, miráis airados?

Si, cuanto más piadosos,

más bellos parecéis a aquel que os mira,

no me miréis con ira,

porque no parezcáis menos hermosos.

¡Ay tormentos rabiosos!

Ojos claros, serenos,

ya que así me miráis, miradme al menos.


Sí, y es la misma voz que tantas veces escuché en Cuando ya no me quieras, de los hermanos mexicanos Miguel Angel y José Angel Díaz Mirón y González de Castilla, más conocidos como Los Cuates Castilla. Aunque tampoco me olvido de la versión memorable de Tito Rodríguez. Así decía una parte de la canción: “Sé que ya no me quieres, me lo han dicho tus ojos. / Seguiré por la ruta, que no tiene final. / Seguiré siempre, siempre, partiré sin enojos / y mis labios sin penas cantarán un madrigal.”


La música italiana de los ’60 todavía tiene vigencia, porque algunos de sus éxitos han sido reeditados por cantantes actuales. Como ejemplo damos Il mondo, tema del cual tiene una versión Sergio Dalma. También, Che sarà?: hay hasta una versión argentina. Pero los de mi generación recordamos muy especialmente a la bellísima Claudia Sánchez, quien paseaba su figura ante un fondo de mar y playa al son de Abbronzatissima (música de Edoardo Vianello y letra de Carlo Rossi).


Abbronzatissima

sotto i raggi del sole,

come è bello sognare,

abbracciato con te.

Abbronzatissima

a due passi dal mare,

come è dolce sentirti

respirare con me.

Sulle labbra tue dolcissime

un profumo di salsedine

sentirò per tutto il tempo

di questa estate d’amor.

Quando il viso tuo nerissimo

tornerà di nuovo pallido,

questi giorni in riva al mar

non potrò dimenticar.


En esta canción el poeta está en el presente pero se proyecta al futuro. Vendrá el tiempo –dice a su bronceada niña– en que perderás la color y no estaremos juntos, pero mi ánimo conservará tu imagen. La gramática de la vida conjuga a cada instante el verbo pasar: según pasan los años, cambian también gustos y vivencias. Pero en el reino del corazón están vivas muchas cosas. Sé que algunos veranean en la montaña; otros, en el campo. Pero a mí me parece que una estate sin playa y mar es incompleta. Entonces, para mi gusto, el poeta tuvo lo mejor: besos y abrazos, junto al mar, de una chica piel canela y sapore di sale.


Leamos por último Mocosa, música de Atilio Stampone y letra de Andrés Marcelino Lizárraga. La versión más conocida es, si no me equivoco, la de Roberto Goyeneche. No puedo probar lo que digo, pero estoy seguro de haber escuchado otra por The Jazz Singers, conjunto casi olvidado hoy, pero sobre el cual se puede obtener todavía alguna que otra información (http://rockolafree.com.ar/JazzSingers.htm).


Difícil es andar las calles sin tus pasos,

difícil es cruzar la plaza sin tus manos;

ni las calles ni las plazas ni los barrios

tienen vida sin ese sol de tu verano.

Verano, mocosa que trajiste luz de playa,

verano, por una inmensidad de mar.

Mocosa, fuiste sol por las arenas

quietas, dormidas que me ayudan a soñar.

Verano, mocosa y tu manera inmaculada,

verano con la polaridad del mar;

mocosa, fuiste ruta en la distancia,

la fuerza impulso que me ayudas a cantar.

¡Qué fácil es andar las calles con tus pasos

¡Qué fácil es cruzar las plazas con tus manos!

Y a las calles y a las plazas y a los barrios

canto más con ese sol de tu verano.


No tengo más para decir, pues este tango es para mí una síntesis. Los amores de estudiante y los amores de verano son flor de un día. Quizás, pero no debemos confundir el amor real con el de la memoria. Lo de real es manera imperfecta de denominar: ¡como si el recuerdo no fuera vivo y perdurable! En Mocosa nuestro protagonista camina todos sus lugares alumbrado por el sol de esa joven. Es sol y ruta en este caminar. Y no es fardo pesado la nostalgia. Al contrario “fácil es andar.” Es incluso inspiración poética: “canto más con ese sol de tu verano.”


Raúl Lavalle