Este último verano leí dos cosas que se relacionaban con Escocia y, al volver de las vacaciones, encontré en el correo electrónico un mensaje de Scotland in Argentina (
http://www.scotlandinargentina.com.ar/symmetryesp.htm), un sitio de la Red dedicado a la cultura tradicional de Escocia y a su presencia en nuestra pampa. Dicho sitio me pareció interesantísimo y hecho con gran esmero. En fin, también me movió a referirme por escrito a mis libros estivales. Primero fue “Mackintosh”, de Somerset Maugham; tengo una antología de cuentos de este gran narrador, Historias de medio siglo (Barcelona, José Janés, 1956). Allí está esto:
“Lo curioso era que Walter permanecía completamente ajeno a la antipatía que cada mes iba creciendo en el ánimo de su subordinado. Aunque se burlaba de él, a medida que se fue acostumbrando a su compañía iba tomándole cariño. Tenía una cierta tolerancia con las particularidades de los demás y aceptaba a Mackintosh como un bicho raro. Quizá le fuese antipático inconscientemente, porque podía burlarse de él su humorismo consistía en burlas groseras y necesitaba un blanco a quien dirigirlas. Mackintosh, con su exactitud, su moralidad y su sobria conducta, le proporcionaba una fuente inagotable; además, su nombre escocés le brindaba la oportunidad de las bromas corrientes sobre Escocia. Pero cuando más se divertía era cuando había dos o tres personas delante y podía hacerlas reír a carcajadas a costa de Mackintosh. Solía también contar cosas ridículas de él a los indígenas, y Mackintosh, con su aún imperfecto conocimiento del samoano, sólo podía ver su risa contenida, sobre todo cuando Walter hacía alguna obscena referencia de él. Después sonreía con buen humor.
–He de decir esto en tu favor, Mac –le decía Walter con su áspero y violento tono de voz–. Eres capaz de aguantar una broma
–¿Pero era una broma? –preguntaba sonriendo Mackintosh–. No lo sabía.
–Escocés tenías que ser –respondió Walter con una carcajada–. Sólo hay una manera de hacer ver a un escocés una broma: por medio de una operación quirúrgica.” (pp. 17-18)
Siempre sueño con conocer los mares del sur, y especialmente en verano. Tal vez el deseo se deba a que mi patria Argentina es una especie de ínsula, algo demasiado fantástico como para ser real. Pero me apiado de los lectores y vuelvo al cuento. Poco y nada sé sobre el carácter de los escoceses. Me suena algo así como que las gentes de las tierras altas son más severas y parcas en su carácter. Si algo de esto es verdad, el tal Walter, que era un irlandés de Irlanda del norte, se hacía un festín bromeando a costa de su dependiente Mackintosh; parte de esta conducta se explica porque Walter era muy afecto a bebidas fuertes. No quiero decir el final, pero ya se ve que estos dos personajes celtas se habían alejado de sus islas de hadas y duendes, para ir a otras no menos maravillosas. De algún modo enloquecieron y esos les traerá la ruina, porque enloquecemos antes de morir; al menos así se dice aquí:
“La sonrisa que brillaba en los ojos de Mackintosh se reflejó entonces en sus labios, curvándolos dolorosamente.
–Quem deus vult perdere, prius dementat.
–¿Qué diablos es eso? –preguntó Walter.
–Latín –contestó Macintosh saliendo.” (p. 44)
En suma, en la isla de estos acontecimientos se hablaba inglés, samoano y hasta una mica de la lengua del Lacio. Pero la segunda de mis “lecturas escocesas” fue de Carolyn Keene, El indicio del gaitero silbador (Buenos Aires, Acme, 1964). El lector imaginará que tanto este como el anterior fueron comprados en librería de viejo (pagué por ambos el equivalente a un dólar). La heroína es Nancy Drew, una jovencita norteamericana con habilidades detectivescas. Sé que hay varios casos de ella y también que hay toda una literatura juvenil de chicos genios que desentrañan misterios. Como yo he sido tonto en mis años mozos (a decir verdad, nada he mejorado), no me gustan los chicos genios detectives ni los chicos genios espías, ni por escrito ni en la televisión. He leído uno o dos de ellos, cuando se trata de obras de antes. Como hombre decadente, no me llevo tan bien con los tiempos actuales y añoro esas épocas en que todo era más ingenuo. ¡Basta ya de esta necia filosofía! Digamos qué encontré en este libro. El caso de marras transcurre en Escocia.
Como es de imaginar, hay lagos, colinas y gaiteros, pero también música, pues Eloise, tía escocesa de la niña detective, recita las dos primeras líneas de una canción tradicional, “empleando el pronunciado acento escocés de las tierras bajas:
Scots, wha hae wi’ Wallace bled,
Scots, wham Bruce has aften led.
Contó entonces que la canción había sido compuesta por Robert Burns, el poeta escocés, para conmemorar la batalla de Bannockburn, librada en 1314.
–Desdichadamente –agregó– esas batallas era muy sangrientas. La letra dice así:
Escoceses, que habéis sangrado con Wallace,
escoceses, a quien Bruce a menudo condujo.” (p. 42)
Robert Burns, del s. XVIII, es el más famoso poeta en lengua escocesa. William Wallace, en el s. XIII, fue un escocés que dirigió a su país contra la ocupación inglesa. En la batalla de Bannockburn Robert Bruce derrotó a los ingleses, en las guerras por la independencia de Escocia. Más adelante, nuestro libro policial hace otra referencia histórica, pues están visitando el Palacio de Holyrood (fue originalmente una abadía y actualmente es la residencia oficial de la Reina, cuando se aloja en Escocia) y el guía menciona la unión de las dos coronas, “que acaeció a la muerte de la reina Isabel I de Inglaterra. En esa época, Jacobo VI era rey de Escocia; así fue como se convirtió también en el rey Jacobo I de Inglaterra.” (p. 96)
Y aquí me vino a la memoria una lectura anterior. En mis ya mentadas andanzas por librerías de usados compré varios volúmenes de The Royal readers. Eran unas antiguas obras (el que tengo en mano es el nº 4, de 1946) editadas por Thomas Nelson and Sons (London, Edinburgh, New Cork, Toronto, and Paris). Aunque escandalice a más de uno, abomino de casi todos los libros actuales de idiomas, llenos de ejercicios insípidos y de cosas de la vida cotidiana, que ya bastante nos fatiga con los media). En cambio los viejos estaban repletos de enseñanzas, pletóricos de geografía, de historia y, sobre todo, de bellísimos dibujos, grabados y elevados textos literarios: libros de cuarto grado traían fragmentos de escritores que hoy un alumno de quinto año apenas podría leer sin equivocarse). Vuelvo a pedir disculpas al lector por mi desenfrenado blablá y me concentro en “Bruce and the spider.” En efecto así se llama un poema de Eliza Cook, británica del s. XIX, que hay en ese viejo tesoro escolar (pp. 150-152). Cuenta esa historia que Robert Bruce desesperaba ya de su lucha por Escocia y buscó refugio en una cueva. Vio allí una araña que nueve veces repitió su intento de llegar a lo alto de la cueva, para poder desde allí tender su tela. Finalmente lo consiguió y Robert obtuvo de allí la ejemplaridad que nos cuenta la poetisa:
“Bravo! Bravo!” the king cried out;
“All honour to those who try:
The spider up there defied despair;–
He conquered, and why should not I?”
Esto se refleja en la vida diaria pues en alguna parte de las antiguas cajas, color gris plateado, del whisky Chivas Regal está la imagen de Bruce mirando a la araña. Pero termino con la historia de Carolyn Keene. Los villanos usaron una clave escrita en gaélico. Pues bien Nancy Drew busca desentrañar el enigma de estas palabras y para ello pregunta a Fiona, una chica escocesa que hablaba bien esa lengua celta:
“Fiona tomó un panecillo de una fuente que no habían quitado de la mesa y dijo: –Este es aran. Se pronuncia a-rran.
–¿Quiere decir pan?
–Sí –prosiguió Fiona–. Mañana iremos en un ló-ang. Se escribe long y quiere decir barco. En realidad, lo que vamos a tomar es un ferry-boat.
Nancy pestañeó excitada. ¡Súbitamente acababa de recordar que la palabra long figuraba en la nota hallada por ella en el cajón del escritorio!
–Fiona, ¿mall es una palabra? –preguntó.
–Sí. Se pronuncia ma-ul, y quiere decir lento.” (pp. 98-99)
Y la niña basó en esto parte de sus agudas pesquisas. En suma, tal vez esta novela detectivesca no sea la mejor, pero me enseñó varias cosas muy bellas de un bello país y me movió a aprender otras nuevas. Pero ahora voy a un tema mucho más humilde. En Argentina fue muy conocido el compositor popular Francis Smith. Murió el 11 de febrero de 2009 y su nombre verdadero era Francisco Brydon Smith, según informa La Nación en su edición del día siguiente. Sus canciones pegadizas fueron muy famosas en los años ’60 y ’70: Zapatos rotos, Otra vez en la vía, Estoy hecho un demonio y muchas otras. Smith, ‘herrero’, podría invocar diversos orígenes. En cuanto a Brydon, consulté con el Sr. Edmundo Murray, un escritor y estudioso argentino que vive en Suiza y es experto en la influencia irlandesa en América. Respondió que ese apellido le sonaba a escocés y me remitió al Rev. Jeremy Howat, presbítero anglicano que vivió en Buenos Aires y creó un sitio sobre los británicos en estas tierras (
http://www.argbrit.org/). En efecto allí aparecen mencionados varios Brydon escoceses que se afincaron aquí. Agradecí tanto al Sr. Murray como al Rev. Howat sus informes. Poco después me vino a la memoria algo de diez años atrás: ¡yo había traducido al latín una canción de Francis Smith! El comienzo de De boliche en boliche era así:
De taberna in tabernam
perambulo noctem,
perambulo laetus.
Y una música me llevó a otra. Busqué en el sitio del Rev. Howat el apellido McCluskey (se escribe a veces con separación de prefijo). Y la Red vino en ayuda de mi desvalida memoria: “DON DEAN: Dean Mc Cluskey, americano de Oklahoma. Llegó a Argentina en los años 30, dirigiendo sus "Estudiantes de Hollywood". Debían proseguir su gira por Brasil, pero por una revolución en ese país permanecieron en Argentina. Dean conoció a su futura esposa, contrajo enlace y se radicó en el país, dirigiendo una gran orquesta que animaba los bailes en los salones más lujosos, como el Alvear y el Ambassadeur. Su tema característico fue precisamente "Bailando en el Alvear". En la foto de la derecha, con sus hijos Alex, Buddy, Patricia y Donald. Los mayores Buddy y Alex formaron los Mac Ke Mac's, mientras que los menores fueron solistas como Donald y Patricia Dean.” Esta información se halla en el muy buen sitio INTÉRPRETES ARGENTINOS (
http://www.rockolafree.com.ar/ARG-D.htm#DonDean).
En fin, sepan perdonar los lectores si he mezclado lo sagrado y lo profano. En todo caso este humilde escrito sirve como testimonio de mi aprendizaje. Quizás Dios me conceda alguna vez la gracia de visitar algunos lugares del mundo celta. Por ahora debo conformarme con viajar con los libros (no es tan poca cosa) y con el trato con los celtas que viven aquí. A Jim Clark le decían The flying Scot: era ‘volador’, porque se deslizaba a velocidades fantásticas en su fórmula 1; también yo entonces puedo ser un poco volador y viajar a Escocia con la imaginación. Pero, poco después de escribir esto, tuve otra rara aproximación. Fuimos con mi mujer a visitar a Luis, un ex alumno mío que vive en Los Cardales, Provincia de Buenos Aires. Después de pasar un buen momento conversando y tomando el té ante el verde campestre, llegó el momento de la despedida. Luis e Inés, su mujer, nos obsequiaron unas cosas de platería del lugar. A mí me tocó nada menos que un precioso llavero de plata, obra del artesano Daniel Rojas, y que tiene hojas y flor de cardo, el emblema del lugar. Además de Los Cardales, pensé también en el célebre cardo de Escocia. En el sitio que cité antes, Scotland in Argentina, encuentro: “El Cardo – La Flor Nacional de Escocia. Es el emblema nacional de Escocia desde hace más de 700 años. Según la leyenda, hace mucho tiempo, los daneses invadieron Escocia sorpresivamente pero al no usar calzado y en la oscuridad, uno de ellos pisó un cardo y un grito agudo de dolor alertó a los escoceses y evitó una terrible matanza. A la planta que los salvó se la conoció como El Cardo Guardián.” En fin, esto es para quienes gustan de las coincidencias.
RADULFUS