DOS ZAMBAS EN LOS
PAGOS DE ARECO
(leído en un
encuentro de literatura y folklore,
en San Antonio de
Areco, Provincia de Buenos Aires)
Días pasados, en mayo de este 2017,
en el Instituto de Enseñanza Superior nº 1 Alicia Moreau de Justo, de la Ciudad
de Buenos Aires, se hizo un encuentro académico y artístico dedicado a folklore
y literatura. Fue el segundo (el primero, en 2016) y su organizador, el Dr.
Horacio Ruiz, compartió con el amigo Rubén Darío Gasparini la idea de traer
aquí, a San Antonio de Areco, un congreso de similares características, aunque
más ambicioso. Y bien, acá estamos con gente de nuestro profesorado y con otros
amigos, de Areco y de muchas partes, porque nada nuevo digo, si digo que San
Antonio de Areco es una perla del folklore, de nuestra patria y del mundo.
El citado 22 de mayo del 17 un tema
principal fue Salta. Pues bien, me propongo hoy conformar en mi cabeza, no muy
sana quizás, un caldero délfico sobre un trípode. Una pata es la mencionada
salteña, la del mayo folklórico de nuestro profesorado. Los otros dos pies los
pongo hoy, en estos pagos de Don Segundo. El primero, santiagueño, con la Zambita del musiquero, del Canqui
Chazarreta; el otro, bonaerense, con la Zamba
para decir adiós, de Argentino Luna. Empiezo por la primera.
En
esas noches por Manogasta,
cuando la luna se quiere machar,
le roban los montes zambitas de antaño,
que viejos violineros solían tocar.
cuando la luna se quiere machar,
le roban los montes zambitas de antaño,
que viejos violineros solían tocar.
Te
juro, bombo, que, si mañana
con el regreso nos paga Dios,
bailarán los viejos sintiéndose changos,
cuando a mi pago humilde le cante con vos.
con el regreso nos paga Dios,
bailarán los viejos sintiéndose changos,
cuando a mi pago humilde le cante con vos.
Zambita que traes cantares de ayer,
sembrando misquila de arpas.
Canta el vidalero, toca el musiquero,
que la manogasteña no se ha’i de escapar.
sembrando misquila de arpas.
Canta el vidalero, toca el musiquero,
que la manogasteña no se ha’i de escapar.
A
veces pienso: ¿por dónde fueron
las zambas viejas que supe aprender,
esas que mi abuelo en quichua cantaba,
con coro de coyuyos al atardecer?
las zambas viejas que supe aprender,
esas que mi abuelo en quichua cantaba,
con coro de coyuyos al atardecer?
Si
en los senderos mi voz se apaga,
no creas, tierra, que no he de volver.
Junto con el canto dolido del monte,
del brazo con la noche te recorreré.
no creas, tierra, que no he de volver.
Junto con el canto dolido del monte,
del brazo con la noche te recorreré.
El sitio LETRAS DEL CANCIONERO
FOLKLÓRICO ARGENTINO me ha suministrado la letra, pero también un comentario de
Cucho Márquez: “Juan Carlos ‘el Canqui’ Chazarreta logró con esta zamba su obra
más popular y quizás una de las mejores obras de este cancionero. ¡Qué imagen
tan bella la de la luna queriéndose ir de farra, en el júbilo de una noche de
música en Manogasta! Esta imagen me llegó a cautivar de tal manera que intenté,
en una de mis estancias en el Norte argentino, comprobar cómo eran las noches
manogasteñas. Vano intento, pues nadie sabía dónde se encontraba esta
población. Luego, al cabo de largos años, pude encontrar casualmente un
documento de la inquisición que hiciera mención de esta bella localidad
santiagueña. Y, como vimos con anterioridad en Esquina al campo, el Canqui vuelve a hacer alusión al
violín y al arpa, que fueron y son instrumentos primordiales de esta danza y
añora las zambas perdidas: ‘ésas que mi abuelo en quichua cantaba’. Por
eso he creído oportuno tratar de rescatar del olvido estos temas del ayer que
muchos disfrutaron y otros ni siquiera conocieron. Pues ya se sabe que lo que
no se conoce, no puede ser amado.”
Y en ese mismo sitio, en nota a la
zamba Esquina al campo, da este dato
el mismo Márquez: “El Canqui es conocido musicalmente
por su apelativo que recuerda al conocido líder indígena Túpac Amaru (Gabriel
Cóndor Canqui) y es el autor de zambas tan bellas como ésta de la esquina de
las calles Jujuy y La Plata, en Santiago del Estero.” Y sigamos un minuto más
con Cucho Márquez, otra vez con Zambita
del musiquero, pues creo que esta nota lo amerita: “En la versión de Los Chalchaleros usan
‘violinero’ en el estribillo y
‘luz’ en vez de ‘voz’ en la última estrofa.” Por fin, respecto de Manogasta, el
elemento final de la palabra es sin duda telúrico y, según alguna lectura que
he hecho, tiene un significado como de ‘pueblo.’ Dejo la tarea a eruditos como
mi amigo Raúl Chuliver, quien escribió al respecto (cf.: “Los ‘gasta’ de La
Rioja”,
Quien escribe estas líneas es
capitalino, pero de madre bonaerense, nacida en Capilla del Señor, no lejos de
aquí. Mas también me autodenomino santiagueño, como el poeta, y gracias a sus
versos puedo andar entre cerros contemplando a la Luna paseandera. Arriba Cucho
Márquez mostraba una de las más lindas personificaciones, la de la Luna
emborrachándose en noches manogasteñas. Pero hay otra, pues la eterna compañera
de poetas y enamorados deja que los montes le roben las zambas de antes. Puedo
pues interrumpir mi comentario (palabra asaz pretenciosa, ¡como si un tema tan
hermoso se beneficiara estas humildes líneas), para dedicarle una copla.
Ten
cuidado, paseandera,
que
deambulas por los montes:
te
quitarán unos changos
los
bellos sones de entonces.
Y, si de personificaciones hablamos,
también es tres veces buena esta del bombo, quien es tan santiagueño como el
poeta. En efecto él, por azares de la existencia, debió alejarse del pago
(quizás el folklore de la Madre de Ciudades sea el que más añora la tierra
chica) y puedo seriamente pensar que es tan nostalgioso como su dueño. A mí me
enseñaron, de chico, que no había que jurar, pues basta la palabra. No es que
el poeta gaucho sea mentiroso, sino que el “te juro, bombo” es una forma de
mostrar esa misteriosa y santa hermandad que hay entre las dos personas. El
bombo es en esto como la sombra, un hermano del alma. Y alma rima con arpa, la
otra música triste (creo que hay más de una forma de escribir misquila) que forma las zambas
manogasteñas. Son zambas filosóficas, presocráticas, pues se van… y se quedan
perennes en la memoria de los que amamos la tierra.
Para algunos la memoria es
algo molesto, que distrae del presente y del futuro (que pueden ser, dicho sea
de paso, tan irreales como el ayer). Mas nuestro poeta recuerda unas zambas
curiosas. Dije “curiosas”, pero quizá no tanto. En efecto nuestro folklore
tiene con frecuencia un elemento telúrico y otro europeo. Pues bien, mi
imaginario me dice que la raigambre telúrica es interpretada por criollos, pero
en general en lengua europea. Aquí, al contrario, pues un modo criollo como la
zamba es cantado por alguien que es originario o, en todo caso, por alguien
cercano a ello (no es de cualquiera navegar a Corinto ni aprender quechua).[1] Pero
tan fuerte suena la tierra que el cantor evocador la personifica. Y le dice
algo notable, que vuelco más o menos en mis palabras: “Tengo toda la intención
de volver pero, mientras tanto, esa bendita memoria es la que te pone muy
cerquita de mí. Cada sonido del silencio me parecerá un canto de tus montes,
que son los que me dan abrigo en mis nostalgias.”
Pero es tiempo de que visitemos a un
bonaerense, de General Madariaga. Miento por supuesto a Argentino Luna, autor y
compositor de Zamba para decir adiós.
Perdona, niña, que un día
te di promesas de amor:
entonces yo no sabía
este destino cantor.
Entonces yo no sabía,
te di promesas de amor:
entonces yo no sabía
este destino cantor.
Entonces yo no sabía,
perdona,
este destino cantor.
este destino cantor.
Te amé y no puedes negarlo,
conmigo te llevaré;
hecha recuerdo en mi canto
en zambas te nombraré.
Hecha recuerdo en mi canto,
conmigo te llevaré;
hecha recuerdo en mi canto
en zambas te nombraré.
Hecha recuerdo en mi canto,
mi cielo,
en zambas te nombraré.
en zambas te nombraré.
Cuando recuerdes la zamba
que esta noche te canté,
abrazado a mi guitarra
sólo silencio seré.
No llores niña, no quiero,
perdona,
otra promesa no haré.
otra promesa no haré.
No llores niña, no quiero
verte este noche llorar.
Perdona, pero no puedo
todo este fuego apagar.
Quisiera pero no puedo,
verte este noche llorar.
Perdona, pero no puedo
todo este fuego apagar.
Quisiera pero no puedo,
mi vida,
todo este fuego apagar.
todo este fuego apagar.
Tú tienes otro destino:
naciste para querer.
Yo voy por otro camino,
ya no me puedo volver.
Yo voy por otro camino,
cantando,
ya no me puedo volver.
naciste para querer.
Yo voy por otro camino,
ya no me puedo volver.
Yo voy por otro camino,
cantando,
ya no me puedo volver.
Otra vez el tema de la despedida. El Cholo Aguirre en Río manso: “Olvídame, te lo ruego: / yo
soy como el Paraná, / que sin detener su marcha / besa la playa y se va.”
Algunos se arrepienten de haber partido, como el protagonista de Kilómetro 11 (música de Tránsito
Cocomarola y letra de Constante Aguer): “Vengo otra vez hasta aquí / de nuevo a
implorar tu amor.” Pero quien, en los versos de Argentino, parte a otros pagos,
a lo mejor no lo hace a ninguno en particular, sino que irá, al modo de los
rapsodas, recorriendo polvorientos caminos, pues los hados habían ya decidido
su suerte de cantor.
Además el poeta experimenta una barroca perplejidad. En
efecto se irá mas se quedará de algún modo, pues su presencia se halla en la
música. Por su parte ella se queda… aunque también se va con él, porque el
recuerdo no es poca cosa. El poeta se lleva consigo varias compañías, tres por
lo menos: el recuerdo, el nombre de la amada, la guitarra cantora. Aunque diga
“sólo silencio seré”, no se sentirá completamente solitario. Además “abrazado a
una guitarra nos recuerda que este vástago de la antigua lira tiene forma de
mujer.
Si seguimos leyendo, nos encontramos con la viejísima
imagen del fuego del amor, que no pueden apagar las lágrimas. Pero me pregunto
de quién es el fuego, de él o de ella. De ella, no hay duda; pero creo que él
también reconoce los vestigios de la antigua llama. Y, por más que la última
estrofa tenga un airecillo épico, de seguir el hado a pesar de la atadura
amorosa, entiendo que justamente tal “destino cantor” es el que lo obliga in mente al eterno retorno.
En fin, querido amigo, en estos pagos de Areco he tenido la
inmensa fortuna de leer contigo estas maravillosas zambas. Dicen que hay un
lugar para cada cosa. Pues bien, en esta capital de la tradición encuentro esos
loca sancta que buscaban antes los
peregrinos. Y vine aquí en compañía de dos amigazos de ley, el Canqui
Chazarreta y Argentino Luna. Uno es de una provincia donde los peces levantan
polvareda; el otro, de muy cerquita de la mar. Ha sido una gran felicidad para
este paisanito capillense poder servirles de atril, para que se lean sus
versos.
RAÚL
LAVALLE
[1] En Recuerdos de Ypacaraí, guarania compuesta por Demetrio Ortiz sobre
versos de Zulema de Mirkin, tenemos algo semejante: “Tú cantabas triste por el
camino / viejas melodías en guaraní.”